DOS NIÑAS conversan. Una habla de su patria; la otra, de la suya. No se conocen. Están a
pocos kilómetros de distancia. A un cuarto de hora. ¿De qué conversan a través
de las cartas que se escriben? Del conflicto que las separa físicamente, el de
Israel y Palestina, sus patrias de origen. Una periodista, Litsa Boudalika, se
convierte en la mensajera entre ambas. Inmersas en su niñez, en sus juegos de infancia,
Galit y Mervet perciben el peligro. La Intifada –guerra de piedras de
inspiración religiosa declarada por Palestina para arrojar a Israel de los
territorios que consideran árabes– las afecta de diverso modo. Galit, en
Jerusalén, tiene las comodidades de un hogar moderno –su hermano, Eyal, tiene
una computadora donde juega Atari (un video juego de la época), y ella puede ir
a la piscina–. En cambio, Mervet, en su pueblo de Dheisheh, juega a los “árabes y los soldados” con sus
amigos, curando ficticiamente a los heridos con trapos viejos y una botella de
agua. Mervet es muy pobre en Palestina. Quiere ser médico cuando sea grande y
curar a la gente sin distinguir raza o religión. Las dos comparten sus
vivencias y fantasías cuando se escriben. A una, Galit, le gusta la serie Dinastía; y a la otra, Mervet, los
dibujos animados de Tom y Jerry la
divierten. Son inocentes frente al conflicto. Pero cada cual tiene la
suficiente noción como para darse cuenta de la gravedad de este. Cada cual en
los poemas que intercambian, reivindican las tierras donde viven. Galit le pide
a Mervet que les diga a los palestinos que no arrojen piedras a los soldados
israelíes que patrullan las zonas ocupadas, que si ella lo dice la van a
escuchar. Mervet, por su parte, se queja en sus cartas de que los soldados
israelíes son unos perros y que los tratan como si fueran burros. No obstante,
ellas se entienden bien y se tratan como buenas amigas a pesar que sus pueblos
viven peleados. A través de sus ojos infantiles podemos conocer las
celebraciones del Sabat y el Ramadán. Viven bajo la sombra de un clima
violento, de atentados contra lugares públicos en Israel y ataques a las
comunidades palestinas. Una vez ocurrió que Galit interrumpió la comunicación
con Mervet. Estaba molesta con ella por el atentado cometido por un palestino
contra un autobús en Tel Aviv. Esto ocasionó que fallecieran dieciséis personas
desbarrancadas y quedaran una gran cantidad de heridos. Mervet trata de
calmarla con sabiduría: “Galit, si preguntas a tus abuelos, te dirán que los
árabes y los judíos son descendientes del mismo profeta, Ibrahim –Abraham, en
la Biblia–. Por lo tanto somos primos. No está bien que los primos se peleen
entre sí.” En la anterior carta, Galit, dolida por la tragedia, le llega a
decir: “Después de todo, nada tengo que temer de ti. Tú no podrías hacerme
ningún daño. Eres exactamente como yo”. Confían una en la otra. Cuando dos años
después se conocen en Jerusalen, Mervet le obsequia a Galit un brazalete con
los colores de Palestina que ella se pone. Galit, por su parte, le entrega una
hoja blanca con las banderas de sus países, como símbolo de la paz. Luego,
probablemente, dejaron de escribirse, absorbidas por la vorágine del conflicto.
Intercalando la
correspondencia de Galit Fink y Mervet Akram Sha’ban con notas periodísticas
sobre el conflicto árabe-israelí, Litsa Boudalika ha hecho un magnífico trabajo
de sensibilización en ¿Quieres ser mi
amiga? (Editorial Everest, 1996). Boudalika comprende que no hay nadie mejor que
ellas para informar al mundo acerca de las consecuencias de una guerra que
viene afectando a sus países. Entiende que ellas son el centro de la noticia y
se invisibiliza en el texto. Se limita a ser una simple mediadora y de
ayudarlas a conocerse al final. Hay una ética profesional en su labor.
¿Quieres
ser mi amiga? es una clase de historia contemporánea.
Pero, sobre todo, es muy tierno. Hay que leerlo.
Freddy Molina
Casusol
Lima, 6 de setiembre de 2016
1 comentario:
Esta chévere tu blog.
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