viernes, 2 de septiembre de 2016

ARGUEDAS Y VARGAS LLOSA VISTOS POR LA CRÍTICA

BASTA ver la bibliografía al final para saber adonde apunta su crítica. Mabel Moraña –profesora de la Universidad de Washington–, saca del sombrero a Cornejo Polar, Ángel Rama, Aníbal Quijano y el sofisticado Pierre Bordieu –con su capital simbólico– para devaluar a Vargas Llosa y levantar a Arguedas –no sé si en vilo, pero al menos en hombros–. Moraña, en este libro, bastante bien construido –suponemos que le ha tomado bastante tiempo edificar esta obra de entomología textual–, hace lo que otros no hicieron en su momento: una respuesta inteligente, desde sus parámetros conceptuales –e ideológicos–, a La utopía arcaica de Vargas Llosa. Siguiendo la línea trazada por Isabelle Tauzin –en el prólogo de su estudio sobre Los ríos profundos– y antes Tomás Escajadillo: la de presentar al escritor peruano como un extirpador de idolatrías, como una persona que desconoce las estrategias de modernización del mundo andino reflejadas en la obra de Arguedas (algo que por cierto Vargas Llosa no tiene por qué necesariamente entender ya que no es su referente –en cambio, sí se da perfectamente cuenta, para felicidad de sus lectores, que una novela no es un tratado de sociología–). Pero lo peor en Moraña –para dar cuenta de su antipatía, hábilmente maquillada de fraseología científico-social– es que saca a la luz a los adversarios ideológicos de Vargas Llosa para enfrentarlos con él. Ese es el caso de Lauer, a quien recuerda en su texto a sabiendas de que el escritor lo coloca en el grupo de “los intelectuales baratos” (Ver El pez en el agua). Moraña se pone detrás de él para empujarlo como punta de lanza en sus críticas; lo mismo ocurre (pero en sentido contrario) con Rama, a quien enarbola para enaltecer las bondades del texto arguediano. Y no se detiene en esto, sino que para rebajar al escritor peruano lo pone en las mismas condiciones de uno de sus personajes, el hablador. En el capítulo “La lengua como campo de batalla (II): el narcisismo de la voz”, escribe: “Vargas Llosa se convierte en ‘hablador’ en el sentido de charlatán, parlanchín, cuentero o lenguaraz, desplegando una locuacidad que compite con la elocuencia de su literatura.” (p. 130). Es notorio que Moraña hace un guiño a quienes les resulta insoportable las posturas no solo estéticas, sino políticas de Vargas Llosa. Por allí apunta, escribe, o ausculta, para esa audiencia a la que gratifica con su discurso.  Para ella, Arguedas es el bueno y Vargas Llosa, el malo. Eso está subsumido en su crítica. Prácticamente –aunque no lo dice de manera explícita porque sería escandaloso– la narrativa de Vargas Llosa debería confundirse con la de Paulo Coelho o la de la británica E.L. James de Cincuenta sombras de Grey, cuando dice que esta “se nutre de materiales híbridos donde el elemento regional es redimensionado a partir de técnicas narrativas que vehiculizan lo local y lo transforman en mercancía simbólica de consumo masivo” (p. 206). Así en diversas partes lo condena, no le da pie a nada. A la crítica en cuestión bien le podría calzar lo que escribió sobre Ángel Rama, quien como él “evalúa comparativamente la obra de los dos escritores peruanos (Arguedas y Vargas Llosa), inclinándose notoriamente hacia el autor de Los ríos profundos…” (p. 217). Por lo menos Rama fue, en su polémica con Vargas Llosa, honesto en su exposición de motivos, de tal forma que el autor de La ciudad y los perros, reconociendo su valía, se prestó al cotejo de ideas. Lo mismo no se puede decir de Moraña, quien en las 314 páginas de su trabajo se empeña en dejar mal parado, desde el ángulo que sea –literario, político o cultural–, a Vargas Llosa. Si eso es hacer crítica, uno, justificadamente, puede interrogarse para qué sirve si el prejuicio ya pesa de antemano. Sería largo enumerar los despistes de la profesora Moraña. Es suficiente anotar –repitiendo el argumento manido de los enemigos del escritor peruano– sus menciones al tema de Uchuraccay y de su fallida candidatura a la presidencia, o el del su “neoliberalismo” –santo y seña de la izquierda local– (p. 267), para tener una clara idea de sus intenciones. Capturada por un lenguaje que recuerda el de ciertos intelectuales franceses puestos al descubierto por Sokal y Bricmont en ImposturasIntelectuales, Moraña trata de impresionar –o sofocar– al lector con la artificiosa cientificidad de su pretendido aparato teórico. Mejor queda en una entrevista que, en un portal peruano, por allí le publicaron.

Freddy Molina Casusol
Lima, 2 de setiembre de 2016

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