martes, 21 de julio de 2020

EL GEN INMORTAL

EL MISMO Richard Dawkins consideró que el título podría ocasionar malos entendidos. El gen egoísta no es egoísta, al menos no totalmente. Dawkins es un etólogo inglés, biólogo y divulgador científico que, en 1976, publicó una de sus obras más populares. La tituló El gen egoísta, aunque después se arrepentiría, como advirtió en el prólogo de la segunda edición, pues la hubiera preferido llamar ‘El gen inmortal’, descripción más ajustada a lo que había querido decir. 
El libro propone que somos máquinas vivientes de transportar genes que buscan perpetuarse. Es una aplicación de la teoría de la evolución darwiniana en la biología. Dawkins lo dice en su prefacio para la edición de 1989: “La teoría del gen egoísta es la teoría de Darwin, expresada de una manera que Darwin no eligió pero que me gustaría pensar que él habría aprobado y le habría encantado”. Su foco de estudio —en el que concentró sus esfuerzos y se hizo original— fue el gen que puede hacer copias de sí mismo, replicarse.

—El replicador—
Retrocedamos, para explicar esto, tres o cuatro mil millones de años, cuando todo era un ‘caldo de cultivo’ compuesto de agua, dióxido de carbono, metano y amoniaco. En algún punto del proceso, se formó —según Dawkins— “una molécula especialmente notable”. La llamó el ‘replicador’. Esta se multiplicó, se asoció con otras moléculas afines, compitió y eliminó otras. Para preservarse, termina de explicar Dawkins, “los replicadores empezaron no solamente a existir, sino también a construirse, para ser utilizados por ellos mismos, verdaderos recipientes, vehículos para continuar existiendo. Los replicadores que sobrevivieron fueron aquellos que construyeron máquinas de supervivencia para vivir en ellas”. Es decir, nosotros y las demás especies vivientes.

Para discutir estas ideas, le salió al frente Stephen Jay Gould, biólogo evolucionista, además de paleontólogo. Gould consideraba, a diferencia de Dawkins, que los organismos —las máquinas vivientes—, más que los genes, eran los que importaban. O sea, al revés de lo que sostenía Dawkins.

Ambos, Dawkins y Jay Gould, tenían diferencias respecto a su comprensión de la evolución: el segundo creía en la teoría que había concebido, la del equilibrio interrumpido; esto es, en la ramificación de las especies luego de un periodo de estabilidad y extinción. El primero, en cambio, más propenso a la adaptación y continuidad de estas, la negaba. Este duelo entre los seguidores de Darwin daría forma, posteriormente, al libro de Kim Sterelny, Dawkins vs. Gould (2007).

—El altruismo—
Dawkins deja en El gen egoísta poco margen de maniobra al altruismo. Entiende el sacrificio de unos pocos por los más, como un acto en sí de egoísmo para que los genes se sigan perpetuando. No obstante, desliza un hálito de esperanza. Al final del capítulo 11 dice: “Tenemos la capacidad de desafiar a los genes egoístas de nuestro nacimiento… Incluso podemos discurrir medios para cultivar y fomentar deliberadamente un altruismo puro y desinteresado: algo que no tiene lugar en la naturaleza, algo que no ha existido en toda la historia del mundo”.

Han pasado 43 años de su publicación y su impacto todavía se siente entre los iniciados. Uno de ellos, la psicóloga británica Susan Blackmore, en La máquina de los memes (1999), desarrolla el concepto de meme, que lanzó Dawkins en su libro.

—El meme de Dawkins—
Sí, este término tan popular hoy fue un aporte de Dawkins. Apareció en El gen egoísta para explicar la transferencia de información que reside en el cerebro de un individuo a otro. Esto es, la cultura, la cual sigue el proceso de evolución como los genes, pero con muchas más variaciones. 

“Necesitamos un nombre para el nuevo replicador, un sustantivo que conlleve la idea de unidad de transmisión cultural, o una unidad de imitación. Mimeme se deriva de una apropiada raíz griega, pero deseo un monosílabo que suene algo parecido a gen. Espero que mis amigos clasicistas me perdonen si abrevio mimeme y dejo meme”, escribió. 

Dawkins publicó otros libros como El fenotipo extendido (1982), El relojero ciego (1986) —en el que discute la teoría evolucionista de Gould y la del diseño inteligente planteada por los creacionistas— y El espejismo de Dios (2006); pero ninguno tuvo la trascendencia de El gen egoísta. Es de esos libros que marcan la conciencia. Inolvidable.

Publicado en El Dominical de El Comercio el 7 de julio del 2019

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