LA EMPEZÓ a
escribir veinte días después de haber publicado La ciudad y los perros[1]. La Casa Verde, la segunda gran novela de
Vargas Llosa, tiene una deuda contraída con el escritor norteamericano William
Faulkner, de cuya técnica literaria –estudiada por críticos como Efraín Kristal[2]– recibe
un potente influjo.
Sobre el origen
de La Casa Verde, Vargas Llosa ha
testimoniado:
“Me llevaron a
inventar esta historia los recuerdos de una choza prostibularia, pintada de
verde, que coloreaba el arenal de Piura el año 1946, y la deslumbrante Amazonía
de aventureros, soldados, aguarunas, huambisas y shapras, misioneros y
traficantes de caucho y pieles que conocí en 1958, en un viaje de unas semanas
por el Alto Marañón”[3].
Al crítico
literario Francisco Bendezú le confesaría: “Ha sido el tormento de mis días y
mis noches. Solamente el ‘magma’ –como le llamo al borrador monumental de cada una
de mis obras– fluctúa entre las 4 mil y 5 mil páginas”[4].
La novela competiría
el año 1967 por el premio Rómulo Gallegos con la del escritor uruguayo Juan
Carlos Onetti, Juntacadáveres,
ganándole apenas por un solo voto (Onetti, con buen sentido del humor, explicaría
su derrota al hecho que “el burdel de Mario en La casa verde era mejor que el mío en Juntacadáveres. El mío no tenía orquesta”).
Cuarenta y un
años después, curiosamente, el ganador de aquella competencia homenajearía al derrotado
con un libro: El viaje a la ficción. El
mundo de Juan Carlos Onetti (2008).
El escritor
argentino Julio Cortázar, uno de los primeros en leer el manuscrito de La Casa Verde, muy impresionado, le
escribe una carta a Vargas Llosa en la que le dice:
“Has escrito una
gran novela, un libro extraordinariamente difícil y arriesgado, y has salido
adelante por todo lo alto… Me río perversamente al pensar en nuestras
discusiones sobre Alejo Carpentier, a quien defiendes con tanto
encarnizamiento. Pero hombre, cuando salga tu libro El siglo de las luces quedará automáticamente situado en eso que yo
te dije para tu escándalo, en el rincón de los trastos anacrónicos, de los brillantes
ejercicios de estilo.”[5]
La Casa Verde se inscribe en
un periodo histórico bastante particular: el de la revolución cubana y los
acontecimientos del Mayo Francés del 68, y generaría el discurso “La literatura
es fuego” donde el joven Vargas Llosa rompe lanzas por un futuro socialista
para América Latina (del cual se desencantaría décadas después).
La novela ha
encajado críticas. Una de ellas muy curiosa. La de que Vargas Llosa, en realidad,
había escrito una historia lineal que luego dividiría y revolvería para dar la
impresión de fragmentación y juego con el tiempo y el espacio. El autor de
dicha tesis es el crítico Darío Chávez de Paz. Dice:
“… en La Casa Verde se revela, mediante un
análisis detenido, que lo que hizo el autor fue en principio moldear una gran
historia con un gran acontecimiento cuyo desarrollo era diacrónico y
posteriormente fragmentó dicha historia mediante cortes en el texto sin
modificar ninguna escena ni ninguna palabra para luego reordenar los fragmentos
a fin de lograr los efectos que se revelan.”[6]
Vargas Llosa ha
admitido, por su parte, que la única historia que se narra de forma lineal es
la del burdel en Piura que da título a la novela y que reposa en sus recuerdos
de cuando cursaba el quinto año de primaria[7].
También la
novela estuvo inserta en medio de polémicas políticas. Enterado Vargas Llosa que,
por La Casa Verde, su nombre se
voceaba para recibir el premio literario Rómulo Gallegos consulta al agregado
de cultura de Cuba en París, Alejo Carpentier, la opinión del gobierno de Fidel
Castro sobre el premio. Sintió un deber hacerla debido a su cercanía con la
revolución cubana. Las acusaciones de represión que recibía el gobierno venezolano
que lo iba a conceder, el de Raúl Leoni, lo empujaron a ello. Pero el problema
vino cuando Vargas Llosa no quiso donar el monto del premio, 25.000 dólares
(100.000 bolívares), a la guerrilla del Che Guevara en Bolivia. Haydée Santa
María, directora de La Casa de las Américas, da a conocer en una carta la versión
cubana:
“Cuando en abril
de 1967 usted quiso saber la opinión que tendríamos sobre la aceptación del
premio venezolano Rómulo Gallegos, otorgado por el gobierno de Leoni, que
significaba asesinatos, represión, traición a nuestros pueblos, nosotros le
propusimos ‘un acto audaz, difícil y sin precedentes en la historia de nuestra
América’: le propusimos que aceptara ese premio y entregara su importe al Che
Guevara, a la lucha de los pueblos. Usted no aceptó esa sugerencia: usted se
guardó el dinero para sí; usted rechazó el extraordinario honor de haber
contribuido, aunque fuera simbólicamente, a ayudar al Che Guevara.”[8]
Vargas Llosa,
por su lado, hizo su descargo y acusó al escritor Alejo Carpentier de hacerle
una propuesta deshonesta: de que públicamente done el monto del premio, pero
que no se preocupara porque, por debajo de la mesa, el gobierno cubano se lo
iba a devolver. Eso fue tomado por el escritor como una ofensa. Carpentier le
leyó una supuesta carta de Santamaría donde ella habría formulado esa
proposición[9].
La Casa Verde (1966) confirma
la vocación literaria del joven Vargas Llosa. Forma parte, con La ciudad y los perros (1963) y Conversación en la Catedral (1969), de
la trilogía que lo coloca en primera línea de la literatura internacional.
Aunque por
momentos la técnica literaria desplegada parece devorar a los personajes que se
abren paso por los arenales de Piura y el follaje espeso de la selva de Santa
María de Nieva, la historia de Don Anselmo, Fushía, el Sargento Lituma y La
Selvática se impone y emerge envolvente, como una espiral, en la mente del
lector.
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