jueves, 28 de agosto de 2025

MECHE


LO escribió muy probablemente pensando en recomponer su imagen, que quedó bastante mellada después de la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski a la presidencia de la República el 21 de marzo del 2018. Martín Vizcarra, quien fue, por orden de sucesión, el encargado de sucederlo la ignoró en su calidad de segunda vicepresidenta durante su mandato. Luego, a Mercedes Aráoz la hicieron juramentar como presidenta del país tras la suspensión de Vizcarra por haber disuelto el Congreso en setiembre del 2019, pero hubo un fuerte cuestionamiento de la oposición que la obligó casi a renunciar en el acto. Posteriormente se salvó de una acusación constitucional apelando a un tecnicismo antes de la juramentación. El libro de Aráoz se inscribe en ese contexto. «Meche»,
 como es conocida cariñosamente en el ambiente político, durante la pandemia volcó el sinsabor de la experiencia vivida en un texto confesional donde se devuelve a sus años de niñez y juventud en Pueblo Libre, al lado de sus padres, muy cerca de la Gran Unidad Escolar Bartolomé Herrera y la calle Cueva (hoy llamada Juan Valer). Por allí vivía ella, como una niña de clase media. 

Meche (2020) es la historia de una política peruana que supo aprovechar las becas para lograrse profesionalmente. Es decir, por mérito propio. Rompiendo al temor al papel en blanco, y la timidez, comparte momentos de su vida, algunos que la marcaron íntimamente como la muerte de sus padres. 

De Meche Aráoz ya teníamos noticias en el libro TLC. Historia de un desafío (2010), de Alfredo Ferrero, como parte del equipo que iba a negociar con EE.UU. el Tratado de Libre Comercio. (El libro, hay que decirlo, es un relato apasionante del equipo negociador, en el que la economista Aráoz tuvo una importante participación, para sacar adelante este tratado comercial con el Gran País del Norte). 

Meche está escrito desde la honestidad y la transparencia, poco común entre los políticos profesionales. Pero también desde la ternura, especialmente en esos pasajes iniciales de confesión adolescente. 

Engreída del expresidente Alan García, a quien le tenía gran estima y la nombró ministra de Economía, Mercedes Aráoz tuvo que aprender a convivir con las serpientes que abundan en el aparato estatal. Una de ellas fue Martín Vizcarra –quien ha sido puesto al descubierto en hechos de corrupción por los periodistas Martín Riepl (Vizcarra. Una historia de traición y lealtad, 2019) y Carlos Paredes (El perfil del lagarto, 2021)– y que Aráoz describe en sus sinuosidades y silencios cuando traicionó a PPK para ceñirse la banda presidencial. 

El libro de Aráoz no es el único de su tipo en el que un personaje público quiere dar su versión de su paso por la política. Allí tenemos el de Pedro Cateriano, Sin anestesia (2021), o uno anterior de Omar Chehade, La gran usurpación (2016).

Empero, El pez en el agua (1993), de Vargas Llosa, aún sigue siendo insuperable en el género de las memorias políticas.


«EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO» VISTO POR TOMÁS ESCAJADILLO


ORIGINALMENTE formaba parte del cuerpo de la tesis, pero se desgajó para ser un libro independiente. El trabajo de Escajadillo no solo tuvo este hijo que salió a buscar su propio destino, sino que hubo otras partes que quisieron ser autónomas y encontraron espacio en otros proyectos editoriales que las acogieron. Así fue el caso de la parte correspondiente a López Albújar que la Conup publicó, la de Aves sin nido que una revista recogió, y el copioso y bien nutrido (por la información que procesaba) “Planteamiento General” que llamó sencillamente La narrativa indigenista, siendo la puerta de entrada de la tesis de Tomás Escajadillo: La narrativa indigenista: un planteamiento y ocho incisiones que nunca pudo salir en un solo volumen por lo abultada que era (se puede consultar en San Marcos sus seiscientas páginas). La muy importante “Meditación preliminar sobre José María Arguedas y el indigenismo” salió en el No. 13 de la Revista Peruana de Cultura, y el estudio referido a Ventura García Calderón en Narradores Peruanos del siglo XX (1994). Este hijo de Escajadillo, Alegría y el mundo es ancho y ajeno (1983)es responsabilidad del Instituto de Investigaciones Humanísticas de San Marcos. Destaca su prólogo. Escajadillo era muy meticuloso, exhaustivo, se empapaba con toda la información bibliográfica sobre el tema, la procesaba y exponía su parecer tanto en el texto como en las notas a pie de páginas, enjundiosas, que permitían percibir su vocación de investigador dedicado a la temática indigenista. Este prólogo arremete contra el escritor chileno José Donoso quien, en las líneas introductorias para una edición popular de El astillero, se interroga de cómo su autor, Juan Carlos Onetti, no pudo haber sido reconocido en el lejano 1941 cuando es derrotado por Ciro Alegría y su novela El mundo es ancho y ajeno cuando ambos novelistas midieron sus fuerzas escriturales en el concurso Farrar & Rinehart que premió al peruano. Escajadillo, dando un puntillazo, se encargó de aclararle al novelista chileno, “ya que tanto se escandalizaba”, que Alegría no le había ganado a El Astillero, publicada veinte años después, tampoco a Tierra de nadie (1941), sino a una novela menor, Tiempo de abrazar, que por esas fechas estaba inédita y Onetti se resistía a publicada (luego lo hizo y, realmente, comparándola con la del peruano, se entiende el por qué había perdido). El estudio de Escajadillo revela los mecanismos que estructuran la novela como el efecto de retardamiento del tiempo que el crítico ve como una estrategia del narrador, pero no así los críticos de Alegría quienes ven en esto un defecto. El propósito de esta técnica, entre otras mencionadas por Escajadillo –como el racconto–, es la de prodigar al relato de suspenso. El crítico Escajadillo no solo sale a defender la novela de Alegría, sino ante el acaparamiento de la atención en la figura de Arguedas, hunde la barreta para fundar los estudios sobre la obra del novelista norteño cuyo indio se diferenciaba del mostrado por el autor de Los ríos profundos. Escajadillo falleció hace algunos años, pero dejó un estudio clave para entender a Ciro Alegría, uno que lo va a sobrevivir en el tiempo.


jueves, 21 de agosto de 2025

PLAGIO

ME llamó la atención que la trama de un homicidio tuviera como escenario la Facultad de Letras de San Marcos. Me llamó más la atención que el hecho de que se desarrollara dentro del contexto de la dictadura fujimontesinista (tópico que ha devenido en un lugar común). 

Plagio (2016) tiene como un componente principal la relación homosexual que tiene Ignat, el alter ego del autor, con Murillo, un estudiante de filosofía, que se entrega a juegos sexuales como en Historia de O, y es sodomizado por su ocasional acompañante en un cuartucho misérrimo de un hostal barato y sucio, tras tomarse un vino en un parque cerca de San Marcos o en el Sky Room, bar de los sanmarquinos ubicado en el segundo piso de una tienda de la zona.

La libertad de ejercer la coyunda contranatura, estirando el erotismo de George Bataille, héroe de Ignat, al que apela como un tótem, se establece en un primer plano.

«Ninguna libertad más grande que someterse por completo, la liberación del cuerpo solo era posible en la confusión entre el placer y el dolor…», reflexiona Ignat con los libros de Bataille al lado.

(Luego le pidió Murillo que lo matara para consumar su “obra”, como en la película Seven.)

En Plagio es reconocible como locación el patio y el Bosquecito de Letras, la huaca, donde van a amarse Ignat y Murillo, cerca del estadio donde, a mediados de los noventa, fecha en la que desarrolla la trama, se podían encontrar condones usados como vestigios de la refriega corporal de las parejas.

Esta novela corta tiene cuatro amigos y una chica como protagonistas. Tony, Zeta, Josué, Ignat y Ana forman parte de una sociedad secreta, similar al que aparece en La Sociedad de los Poetas Muertos, y las ideas de Bataille les sirven de guía. 

El más misterioso y elucubrativo es Zeta, un muchacho que alimenta de ideas conspiranoides a Ignat, y le hace imaginar que Ana forma parte de un complot para atraerlo al grupo. Incluso le cuenta cómo la conoció y fueron amantes ocasionales (“tirábamos”) para poner en duda su propósito de casarse con ella (había quedado embarazada de él). Le llega a decir que todo lo referido a ella no se sabe con certeza ni siquiera si su nombre es verdadero, sugiriendo que sea una agente del gobierno. La presenta como un personaje que tiene un objetivo desconocido y que ese embarazo no es tal y que supone que Ignat no ha creído que sea cierto, planteando un juego mental tratando de involucrarlo en él.

Un asesinato planificado, el lugar escogido con cuidado para efectuar el sacrificio humano y pasar de lo profano a lo sagrado, de acuerdo a la antojada lectura de los textos de Bataille considerados casi sagrados en esa sociedad secreta. 

Cuando parecía que el relato de Francisco Ángeles, en flash back, nos iba a ofrecer detalles de la muerte de Murillo, mediante “El viejo”, que es el propio Ignat, y quien cree que nadie había descubierto su crimen, hay una voltereta en la trama, que ya plantea la falta de cordura del protagonista.

Ignat había resultado ser Murillo, que asesina al primero cuando se infiltró como estudiante de San Marcos siguiendo las órdenes de sus superiores en el ejército que buscaban elementos subversivos entre el alumnado. Era, pues, un espía. 

Pero luego resulta que no era ni Murillo ni Ignat, era los dos simultáneamente. Ese giro inesperado, ese trasvasarse de una personalidad a otra, recuerda el thriller psicológico protagonizado por Kevin Costner, Mister Brooks. Y también, por asociación de ideas, con El cartero llama dos veces, de James Cain, por sus dos finales.

Y, a continuación, pasamos a un Murillo/Ignat que mata a Ana.

Plagio es una novela corta de identidades dobles. Tiene algunos escenarios de la ciudad conocidos: el jirón Quilca, Camaná, Petit Thouars, entre otros. Una novela nacida de “descuartizar” otra que fue su génesis. A casi diez años de su publicación se deja leer aún, como lo son las buenas novelas.

sábado, 16 de agosto de 2025

PRENSA Y SUBVERSIÓN

 

EN 1989, cuando fue publicado, Sendero proclamaba que había logrado el “equilibrio estratégico” y desplegaba sus huestes en la capital pensando en instaurar pronto la República Popular de Nueva Democracia. Ese mismo año, en un golpe propagandístico, Abimael Guzmán, el Puka Inti, el inubicuo jefe de Sendero, ofrece una extensa entrevista a Luis Arce Borja, director de El Diario. Por esos días se discutía si medios de prensa como el antes mencionado, convertidos en cajas de resonancia de la subversión, merecían tener un espacio en la democracia (en esa misma situación estaba Cambio, soterrado vocero del MRTA, la organización subversiva liderada por Víctor Polay Campos). El MRTA, el otro actor de este drama, encajaba el serísimo golpe de Los Molinos (Junín), donde cayó una parte importante de sus cuadros militares en un enfrentamiento con el ejército. (“Batalla”, le llamaron.) En Lima, se tenía la percepción de que Sendero podía tomar el poder (aunque, luego se supo, con información a la mano, que estaba lejos de hacerlo). En San Marcos, donde el autor del libro enseñaba, las paredes de la universidad lucían pintarrajeadas con los lemas de Sendero y el MRTA, compartiendo los espacios con los de otras agrupaciones de izquierda como el PUM. En las aulas principales de la Facultad de Letras se podían leer los lemas alusivos a la guerra popular de Sendero, mientras que, en la entrada, al lado izquierdo se podía observar el símbolo del MRTA: un fusil y una macana, coronados con el rostro de Túpac Amaru, dentro de un círculo. Ese mismo año, 1989, Abimael Guzmán, el “Presidente Gonzalo”, convocó a un “paro armado” y sus huestes desfilaron en el campus de San Marcos. Grosso modo, ese es el marco histórico en el cual hizo su aparición Prensa y subversión, el libro de Carlos Oviedo

Respecto al libro. El periodista arma bien su estrategia de trabajo para atacar el tema. Antecede a su estudio dos primeros capítulos en los que hace una reflexión sobre el terrorismo (la referencia de Walter Lacqueur, una autoridad muy recurrida en esos años, es acertada), y la violencia (Oviedo la trata de explicar remarcando la violencia estructural, es decir, las condiciones de pobreza de las poblaciones marginales). 

Por otra parte, el autor ya tenía conocimiento sobre lo que iba a analizar en el capítulo 3 (“La propaganda subversiva y medios de comunicación”) desde Manejos de la propaganda política (1982), su anterior libro. Es pertinente recordar lo que decían los entendidos en el tema: al terrorista le interesa que se divulguen y magnifiquen sus acciones pues así publicitan la existencia de su organización. La notoriedad es vital. 

Leer el libro de Oviedo es revisar el pasado de coches bomba y atentados terroristas. Es recordar cómo la propaganda senderista se exhibía colgada en los quioscos bajo el disfraz de periodismo y al amparo de la libertad de expresión, es decir, aprovechando las ventajas que da la democracia para, luego, intentar hacerla detonar por dentro. Es traer a la memoria los perros colgados en una esquina de la capital expresando su rechazo a las reformas de Deng Xiao Ping que contravenían lo hecho por Mao, el Gran Timonel, en China. También rememorar la vesania de Sendero, como la que tuvo con las SAIS de Puno donde masacró a un millón de animales (entre cabezas de ganado ovino, vacuno y alpacas) con el fin de alejar al campesinado de una economía de mercado. Ya habían pasado seis años de la masacre de Lucanamarca en la que Sendero asesinó a mujeres, ancianos y niños. Fueron 69 los asesinados a punta de machetazos y hachazos. Y estábamos a tres largos años de la captura de Abimael Guzmán, responsable de estos hechos de sangre. 

Llama la atención que el estudio de Oviedo haya pasado desapercibido por esos años siendo, quizá, el único sobre la propaganda de los dos principales movimientos subversivos que asolaban el país. (La acaparaba Raúl Gonzales, el senderólogo, que era consultado para analizar las acciones de los seguidores del Presidente Gonzalo.) 

Completa la investigación un análisis del tratamiento periodístico en los diarios de la época (Expreso, Hoy, La Crónica, La República, Actualidad, Cambio y el propio El Diario), en relación a un caso, el de Juanjuí, un poblado de la selva tomado por la fuerza por el MRTA que desplazó una columna de subversivos al mando del Comandante Rolando

Prensa y subversión, un libro para recordar un pasado que no debe volver.

sábado, 9 de agosto de 2025

VARGAS LLOSA PERIODISTA Y EL REPORTAJE A NICARAGUA


EL reportaje salió publicado en The New York Times bajo el título “Nicaragua en la encrucijada” (1985). Aquí El Comercio lo difundió en entregas semanales que el gran lector recogía en su puesto de periódicos favorito. La vocación de Vargas Llosa por el periodismo ya es conocida. Desde los tiempos en La Crónica el escritor peruano lo alternaba con su vocación por la literatura.

Hay tres grandes reportajes reconocibles en su trayectoria. El primero es el de “Nicaragua”, reproducido en Contra viento y marea (III); el segundo, Diario de Irak (2003), y el tercero, Israel-Palestina. Paz o guerra santa (2006), han alcanzado la categoría de libro. Lo ideal sería tener los tres textos en un solo volumen para encontrar las similitudes y diferencias de la escritura periodística vargasllosiana.

La publicación por entregas de “Nicaragua” debe haber complacido al escritor, amante del feuilleton francés, pues es el lector se quedaba con la idea de qué venía después. Eran los tiempos que el periódico de papel te permitía esas licencias, ahora, en esta virtualidad de la inmediatez, sería un anacronismo.

Pero Vargas Llosa no solo haría periodismo escrito, sino también periodismo televisivo (incluso deportivo cuando cubrió las incidencias del Mundial 82). La Torre de Babel (1981) era el nombre del programa que el escritor condujo durante veintiséis domingos en la señal de Panamericana Televisión. Caretas, por otra parte, fue la ventana que escogió para, con su columna Piedra de Toque, conectarse con la realidad peruana y dar su opinión sobre la literatura, el arte y la política, y no siempre bienvenida por los afectados en sus críticas (recordemos la serie de artículos “El intelectual barato”, de 1979).

Cuando el reportaje de Nicaragua fue publicado en abril de 1985, el país estaba conmocionado por el atentado terrorista cometido contra Domingo García Rada, presidente del Jurado Nacional de Elecciones. García Rada recibió el impacto de dos balas en la cabeza y otra en el brazo. Los responsables fueron los militantes de Sendero Luminoso, el movimiento subversivo que cinco años atrás se había levantado en armas contra el Estado peruano.

(Punto aparte: Se ha reconocido en La orgía perpetua y García Márquez. Historia de un deicidio los fundamentos de una teoría de la novela en el escritor. Cabe interrogarse, haciendo un paralelo, si los tres reportajes –“Nicaragua”, Diario de Irak e Israel-Palestina– alcanzan para formular una teoría del periodismo; en todo caso, se desliza la idea como un juego intelectual.)

En el reportaje a Nicaragua, el escritor peruano mantiene un tenso equilibrio. De entrada, se ubica como árbitro entre las fuerzas del régimen sandinista y las de la oposición. Trata de distribuir los méritos y culpas en ambos bandos. Conociendo su posición respecto a Cuba en esos años, se esperaba que, con la Nicaragua sandinista, cercana a Fidel Castro, tuviera el mismo trato, pero no, prefiere optar por una neutralidad suiza. Cuando se pregunta en mayéutica: «¿Es Nicaragua un estado marxista-leninista? ¿Está a punto de ser una segunda Cuba?» El escritor se responde que, a diferencia de la isla donde quedó suprimida, en Nicaragua hay aún propiedad privada y pluralidad informativa (aunque un tanto menguada), dando a entender que no. Cuando se le señalaba en reuniones de la oposición que el gobierno era violador de los derechos humanos, Vargas Llosa respondía que una reunión como la que se estaba llevando a cabo era inconcebible en un estado totalitario.

La posición de Vargas Llosa respecto a la Nicaragua sandinista se resumía en sus propias palabras: «Las versiones que el gobierno y sus adversarios esgrimen sobre casi todo son tan contradictorias que quien trate de ser objetivo se encuentra a menudo aturdido.»

Vargas Llosa trataba de ser cuidadoso. Hay que recordar que venía, dos años atrás, de la experiencia de Uchuraccay, de haber integrado la comisión investigadora para dilucidar la muerte de ocho periodistas en la sierra de Ayacucho. Eso lo debe haber marcado. A eso se debe el tono de escepticismo adoptado en cuanto a lo que le transmitían uno y otro bando.

Lo mismo ocurre cuando aborda el tema de la religiosidad del pueblo nicaragüense en “La Iglesia Popular”, la quinta entrega de su reportaje. El Vargas Llosa periodista le da espacio a las dos posiciones que se disputan la feligresía nicaragüense. Tanto la llamada “Iglesia Popular”, a la que no ve como tal y es representada por el padre Uriel Molina, y la liderada por monseñor Obando y Bravo, más intuitiva, y no intelectualizada como la primera, llena de curas progresistas, y que es a la que se adhiere el grueso de los católicos, como anota el escritor, son las dos vertientes que reconoce.

Asimismo, a diferencia de Cien años de soledad donde se ve a Remedios La Bella ascendiendo a los cielos, el reportaje da cuenta de un hecho milagroso: el de la Virgen María descendiendo de los cielos en una nube para decirle a un sacristán que rechazaba el comunismo y el ateísmo del régimen. Bernardo, el sacristán, se lo contó al escritor con las virtudes de la fe e hizo que se pusiera nervioso.

Vargas Llosa también relata que, como a Jesús cuando fue tentado por el diablo, al sacristán se le apareció la tentación en forma de mujer; empero los fieles que lo protegían descubrieron a los fotógrafos agazapados, listos para hacer click cuando se entregara al pecado de la carne. Esa celada, y quién sabe otras que tenían planeadas, le fue tendida para desacreditar la revelación de María que dejaba malparado a Daniel Ortega y al gobierno sandinista.

La estrella de “Nicaragua”, sin duda, es Tomás Borge. Al encuentro con Borge (y a su ¡Hijueputa!) le dedica completa la novena entrega.

En conclusión, el Vargas Llosa periodista, en medio de la guerra entre los “contras” y los sandinistas, cumple su misión de informar llamando la atención cierta condescendencia con el régimen de Nicaragua al que le otorga el beneficio de la duda.

En todo caso, sucumbe al realismo. Pide que la sociedad reporteada viva con dignidad y mínimamente con libertad.

Finalmente, el periodista Vargas Llosa de “Nicaragua en la encrucijada” es un modelo a seguir ahora que pululan propagandistas políticos disfrazados de periodistas.

Crédito de la foto: Revista de Libros

lunes, 4 de agosto de 2025

LAS COLUMNAS PERIODÍSTICAS

LA gente sin mucha memoria puede olvidarse de una columna periodística bien hecha. Yo recuerdo (me pongo de mal ejemplo) las columnas de Alfonso Tealdo ("El Mirador"), publicadas en El Nacional a mediados de los ochenta. Eran columnas picantes, entretenidas, de párrafos cortos y muy concisas. (Recuerdo una en especial donde Tealdo escribía sobre Genaro Delgado Parker y el Canal 5.) Entonces, no es tan cierto lo que afirma Augusto Álvarez Rodrich en la entrevista que le hacen para este libro: que las columnas periodísticas solo quedan en la mente del lector durante diez minutos, que no van a ser recordadas dentro de un año. La de Tealdo, arriba mencionada, fue escrita hace cuarenta años y la tengo aún fresca en mi memoria. También me acuerdo las de Manuel D’Ornellas, que eran publicadas en la segunda página de Expreso y analizaban la coyuntura nacional. Eran tersas, elaboradas como siguiendo una plantilla que el periodista tenía en la cabeza exprofesamente. Cumplían con su misión y eran muy puntuales, sin excesos verbales. Otras que eran bastante buenas, eran las del periodista César Lévano en su etapa de columnista en el diario La Primera. Con un enfoque de izquierda, pero bien llevadas para que el lector no se aburra. Cortas, eficaces para transmitir el mensaje. Las de Alfredo Barnechea, en el diario Correo eran un ejercicio de la inteligencia. Muy bien trabajadas. Barnechea contó en alguna oportunidad que demoraba horas en hacerlas y que su mujer lo inquiría por su meticulosidad. Eso, muy posiblemente, se debía a que a la hora de redactarlas pensaba en el lector y que no debía aburrirse con ellas. Las escritas por Hildebrandt en el semanario Visión Peruana eran muy cultas; en algunos casos, las publicadas en Liberación, diario que también dirigía, de igual forma. Luego ha publicado otras de corte político (que han sido reunidas en La piedra en el zapato), panfletarias, merecedoras del olvido (mucho peor son las que infringe al lector en Hildebrandt en sus trece, parecen escritas por un sindicalista de la Plaza Dos de Mayo). Existen columnas con mala leche. Una de ellas era El malapalabrero, publicada en La Primera, ingeniosa pero ganada por la insidia. Su autor, egresado de una universidad privada, parecía querer emular en sus textos a un faite de La Parada. “La Ortiga”, la columna de Andrés Bedoya Ugarteche, era muy provocadora. Publicada en Correo, lanzaba sus denuestos contra la izquierda; sus calificativos, en alguna oportunidad, descendieron al nivel de letrina pública. No he vuelto a leer columnas como las de Luis Alberto Sánchez en Visión Peruana. Exquisitas, primorosas, con la mejor prosa literaria de Sánchez. Me viene a la memoria una: «Mi Percy Gibson”, donde trae los recuerdos del padre de Doris Gibson, fundadora de Caretas. Por contraste, las de Mirko Lauer son sosas, aburridas, sin juego de palabras, interesadas en esclarecer el acontecer político pero sin vivacidad (en la entrevista que le hacen a Lauer luce mucho mejor). Sirven para el archivo, para el cotejo de un historiador del futuro que quiera tener el registro de nuestra época. Este libro del chileno Cristián Faúndes, Invertebrados (2022), es una contribución sobre las columnas de opinión en el Perú. Tiene entrevistas muy entretenidas, como las hechas a Álvarez Rodrich y Cecilia Valenzuela. Recomendable.

EL ORDEN DEL ALEPH

EL autor ha apuntado a un solo cuento de su universo. Ha auscultado al detalle los mecanismos y resortes que componen su relojería. Faverón ...