LA gente sin mucha memoria puede olvidarse de una columna periodística bien hecha. Yo recuerdo (me pongo de mal ejemplo) las columnas de Alfonso Tealdo ("El Mirador"), publicadas en El Nacional a mediados de los ochenta. Eran columnas picantes, entretenidas, de párrafos cortos y muy concisas. (Recuerdo una en especial donde Tealdo escribía sobre Genaro Delgado Parker y el Canal 5.) Entonces, no es tan cierto lo que afirma Augusto Álvarez Rodrich en la entrevista que le hacen para este libro: que las columnas periodísticas solo quedan en la mente del lector durante diez minutos, que no van a ser recordadas dentro de un año. La de Tealdo, arriba mencionada, fue escrita hace cuarenta años y la tengo aún fresca en mi memoria. También me acuerdo las de Manuel D’Ornellas, que eran publicadas en la segunda página de Expreso y analizaban la coyuntura nacional. Eran tersas, elaboradas como siguiendo una plantilla que el periodista tenía en la cabeza exprofesamente. Cumplían con su misión y eran muy puntuales, sin excesos verbales. Otras que eran bastante buenas, eran las del periodista César Lévano en su etapa de columnista en el diario La Primera. Con un enfoque de izquierda, pero bien llevadas para que el lector no se aburra. Cortas, eficaces para transmitir el mensaje. Las de Alfredo Barnechea, en el diario Correo eran un ejercicio de la inteligencia. Muy bien trabajadas. Barnechea contó en alguna oportunidad que demoraba horas en hacerlas y que su mujer lo inquiría por su meticulosidad. Eso, muy posiblemente, se debía a que a la hora de redactarlas pensaba en el lector y que no debía aburrirse con ellas. Las escritas por Hildebrandt en el semanario Visión Peruana eran muy cultas; en algunos casos, las publicadas en Liberación, diario que también dirigía, de igual forma. Luego ha publicado otras de corte político (que han sido reunidas en La piedra en el zapato), panfletarias, merecedoras del olvido (mucho peor son las que infringe al lector en Hildebrandt en sus trece, parecen escritas por un sindicalista de la Plaza Dos de Mayo). Existen columnas con mala leche. Una de ellas era El malapalabrero, publicada en La Primera, ingeniosa pero ganada por la insidia. Su autor, egresado de una universidad privada, parecía querer emular en sus textos a un faite de La Parada. “La Ortiga”, la columna de Andrés Bedoya Ugarteche, era muy provocadora. Publicada en Correo, lanzaba sus denuestos contra la izquierda; sus calificativos, en alguna oportunidad, descendieron al nivel de letrina pública. No he vuelto a leer columnas como las de Luis Alberto Sánchez en Visión Peruana. Exquisitas, primorosas, con la mejor prosa literaria de Sánchez. Me viene a la memoria una: «Mi Percy Gibson”, donde trae los recuerdos del padre de Doris Gibson, fundadora de Caretas. Por contraste, las de Mirko Lauer son sosas, aburridas, sin juego de palabras, interesadas en esclarecer el acontecer político pero sin vivacidad (en la entrevista que le hacen a Lauer luce mucho mejor). Sirven para el archivo, para el cotejo de un historiador del futuro que quiera tener el registro de nuestra época. Este libro del chileno Cristián Faúndes, Invertebrados (2022), es una contribución sobre las columnas de opinión en el Perú. Tiene entrevistas muy entretenidas, como las hechas a Álvarez Rodrich y Cecilia Valenzuela. Recomendable.
lunes, 4 de agosto de 2025
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LAS COLUMNAS PERIODÍSTICAS
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