ME llamó la atención que la trama de un homicidio tuviera como escenario la Facultad de Letras de San Marcos. Me llamó más la atención que el hecho de que se desarrollara dentro del contexto de la dictadura fujimontesinista (tópico que ha devenido en un lugar común).
Plagio (2016) tiene como un componente principal la relación homosexual que tiene Ignat, el alter ego del autor, con Murillo, un estudiante de filosofía, que se entrega a juegos sexuales como en Historia de O, y es sodomizado por su ocasional acompañante en un cuartucho misérrimo de un hostal barato y sucio, tras tomarse un vino en un parque cerca de San Marcos o en el Sky Room, bar de los sanmarquinos ubicado en el segundo piso de una tienda de la zona.
La libertad de ejercer la coyunda contranatura, estirando el erotismo de George Bataille, héroe de Ignat, al que apela como un tótem, se establece en un primer plano.
«Ninguna libertad más grande que someterse por completo, la liberación del cuerpo solo era posible en la confusión entre el placer y el dolor…», reflexiona Ignat con los libros de Bataille al lado.
(Luego le pidió Murillo que lo matara para consumar su “obra”, como en la película Seven.)
En Plagio es reconocible como locación el patio y el Bosquecito de Letras, la huaca, donde van a amarse Ignat y Murillo, cerca del estadio donde, a mediados de los noventa, fechas en la que desarrolla la trama, se podían encontrar condones usados, como vestigios de la refriega corporal de las parejas.
Esta novela corta tiene cuatro amigos y una chica como protagonistas. Tony, Zeta, Josué, Ignat y Ana forman parte de una sociedad secreta, similar al que aparece en La Sociedad de los Poetas Muertos, y las ideas de Bataille les sirven de guía.
El más misterioso y elucubrativo es Zeta, un muchacho que alimenta de ideas conspiranoides a Ignat, y le hace imaginar que Ana forma parte de un complot para atraerlo al grupo. Incluso le cuenta cómo la conoció y fueron amantes ocasionales (“tirábamos”) para poner en duda su propósito de casarse con ella (había quedado embarazada de él). Le llega a decir que todo lo referido a ella no se sabe con certeza ni siquiera si su nombre es verdadero, sugiriendo que sea una agente del gobierno. La presenta como un personaje que tiene un objetivo desconocido y que ese embarazo no es tal y que supone que Ignat no ha creído que sea cierto, planteando un juego mental tratando de involucrarlo en él.
Un asesinato planificado, el lugar escogido con cuidado para efectuar el sacrificio humano y pasar de lo profano a lo sagrado, de acuerdo a la antojada lectura de los textos de Bataille considerados casi sagrados en esa sociedad secreta.
Cuando parecía que el relato de Francisco Ángeles, en flash back, nos iba a ofrecer detalles de la muerte de Murillo, mediante “El viejo”, que es el propio Ignat, y quien cree que nadie había descubierto su crimen, hay una voltereta en la trama, que ya plantea la falta de cordura del protagonista.
Ignat había resultado ser Murillo, que asesina al primero cuando se infiltró como estudiante de San Marcos siguiendo las órdenes de sus superiores en el ejército que buscaban elementos subversivos entre el alumnado. Era, pues, un espía.
Pero luego resulta que no era ni Murillo ni Ignat, era los dos simultáneamente. Ese giro inesperado, ese trasvasarse de una personalidad a otra, recuerda el thriller psicológico protagonizado por Kevin Costner, Mister Brooks. Y también, por asociación de ideas, con El cartero llama dos veces, de James Cain, por sus dos finales.
Y, a continuación, pasamos a un Murillo/Ignat que mata a Ana.
Plagio es una novela corta de identidades dobles. Tiene algunos escenarios de la ciudad conocidos: el jirón Quilca, Camaná, Petit Thouars, entre otros. Una novela nacida de “descuartizar” otra que fue su génesis. A casi diez años de su publicación se deja leer aún, como lo son las buenas novelas.
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