EL autor ha apuntado a un solo cuento de su universo. Ha auscultado al detalle los mecanismos y resortes que componen su relojería. Faverón obliga a que el lector vaya a su biblioteca, saque un volumen de las obras completas de Borges y lea y relea El Aleph para cerciorarse de las claves que él ha desentrañado. El analista Faverón hace lonjas el relato borgiano, contextualiza en la historia de su escritura y ahonda en la génesis de personajes como Beatriz Viterbo. Encuentra las relaciones entre el incesto y la homosexualidad presentes, que van cambiando en el relato borgiano cuando se muda las palabras por otras. Faverón las muestra: antes eran hermanos, Beatriz y Carlos Daneri; ahora resultan ser primos. El crítico, con perspicacia, las ausculta.
(Al respecto: Augusto Monterroso se encarga de desmentir al crítico uruguayo, estudioso y amigo de Borges, Emir Rodríguez Monegal, quien señalaba que El Aleph era una parodia de La Divina Comedia. Aun reconociendo lo ingeniosa que era la asociación, por movimiento de sílabas, de Beatriz Viterbo, la protagonista borgiana, y Beatriz, la amada del poeta Dante Alighieri, Monterroso demuestra, al comparar sus papeles, que no podía ser por sus conductas opuestas. Más bien, encontraba en La Araucana, de Ercilla, a través de una bola de cristal por la cual se podía ver infinitos lugares del mundo, notables coincidencias con El Aleph. Ver diario La República, 25 de octubre de 1987, pp. 28-29.)
Faverón en una entrevista para Lee por gusto cuenta que, en las universidades estadounidenses donde ha ejercido la docencia, ha tenido la oportunidad de estudiar a Borges para los cursos que dictaba. De allí nace El orden del Aleph (2022). Se considera un experto de la obra de Borges –como también de la de Vargas Llosa (a la que se aproximó a los quince años); hay que admitir que no miente. Faverón ha expurgado, esta obra capital de Borges, palmo a palmo, el territorio del relato y lo ha descoyuntado para el lector. Con un conocimiento envidiable ha cogido de aquí y allá otros relatos para sacar a flote el subtexto que estaba sumergido. Así tenemos las referencias a la Biblia, o del contexto histórico de su escritura que coincide con la Segunda Guerra Mundial; además de recoger una idea de Julia Kristeva, en el sentido de que Borges rechazaba al fascismo.
Este último apunte es muy interesante porque tenemos opúsculos, como el de Pedro Orgambide (Borges y su pensamiento político, 1978), en el que Borges es acusado de ser un fascista por su inicial apoyo a Videla y Pinochet. (Era un anarquista, más bien.)
Recuerda el esfuerzo de Faverón el Curso de Literatura Rusa de Nobokov. El crítico Faverón maneja con destreza las lecturas de los cuentos, ensayos y todo tipo de textos que ha visitado Borges y permitan iluminar las hendiduras oscuras de El Aleph. Esa referencia a la inquina del escritor argentino hacia Baltazar Gracián y la reproducción del magistral cuarteto borgiano que deja al autor de El arte de la prudencia como un escritor de poco vuelo, son fabulosas.
Jeremías Gamboa en su novela Contarlo todo hace un retrato del crítico Faverón cuando trabajaba en la revista Somos. Un Faverón adusto, concentrado en la lectura de libros, se daba tiempo para ordenar la edición y luego partir. Muy puntual, preciso, hasta marcial se diría. Esa disciplina en un medio periodístico, le enseñó el significado de la economía de palabras, la misma que se vería trasladada en su trabajo literario. Hay que subrayar que novelistas como Vargas Llosa, García Márquez y Tomás Eloy Martínez han tenido ese paso previo.
Hace muchos años Faverón había expuesto su conocimiento de Borges en su blog Puente Aéreo. En él se puede advertir algunas menciones al escritor argentino entremezcladas en los textos de los artículos. Ese fue el prolegómeno de lo que vendría a ser este trabajo suyo que cataliza sus disquisiciones borgianas.
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