FUE el Dr. Marco Gutiérrez, a la sazón exsecretario académico de Washington Delgado, quien me presentó una mañana del otoño de 1988 a Antonio Cisneros en la llamada “pecera” de la Facultad de Letras de San Marcos. «Antonio te presento a Freddy, es delegado del Tercio». «Mucho gusto», dijo y me extendió la mano e hizo una venia. Cisneros era profesor de Literatura. Tenía fama de ser relajado y de que incluso no iba a dictar clases con regularidad. Eso se lo perdonaban por la aureola de fama que lo rodeaba. Ostentar el Premio Casa de las Américas por esos años no era poca cosa. Cisneros desplegaba un cabello negro ensortijado, vestía sport y por sus fachas parecía un dandy, no como un Valdelomar del siglo pasado, pero sí como para llamar la atención en la bohemia limeña. Ser poeta por esas fechas daba réditos. Fueron por esos años que había sido director de uno de los mejores suplementos culturales que ha existido en Lima, El Caballo Rojo. Y data de esos tiempos la foto donde aparece con Sinesio López, Alberto Flores Galindo y el cineasta Chicho Durant, trotando por las calles de La Habana cuando la revolución cubana tenía el prestigio del que ahora adolece (más bien, está en la bancarrota). Eloy Jáuregui escribió una crónica llena de color y vivacidad cuando el poeta Cisneros partió el 2013. Pero Cisneros también fue cronista. Como muestra de ese talento tenemos El libro del buen salvaje. Crónicas de viaje/Crónicas de viejo (1997). Podemos decir como adelanto que es divertido, festivo y muy sibarita. El título del libro alude al mito del buen salvaje de Rousseau, aquel antecesor primitivo del hombre moderno, incontaminado de los males y perversiones de la civilización occidental y que, en su estado natural, es bondadoso, un dechado de pureza. Este es su libro y Cisneros su profeta. Aquí se puede encontrar su itinerario de viajes. Francia, Japón, Inglaterra, Alemania y Cuba, entre otros países, lo cobijaron, lo auparon con su prosa. Con Ribeyro compartía un vicio: el cigarro. Cisneros era un fumador empedernido como el autor de “Solo para fumadores”. Eso marcaría su destino. Lo cuenta en “El último de los dinosaurios”. Hay dos crónicas casi al final de esta primera parte que destacan. Las dos están signadas por la desilusión y la resignación por una sociedad que no marcha. Se tratan de las crónicas sobre Cuba (“La Perla del Caribe” y “Fidel a la plaza”). Cisneros se suma así a la lista de los escritores e intelectuales desencantados del experimento político en la isla que empezó en 1959. Retratan, ya desde esas fechas, de la falta de pan y comida, los embustes del gobierno con sus marchas de un millón de revolucionarios cuando eran apenas cinco mil. La presencia de la prostitución como en los tiempos de Batista para los turistas que pueden pagarla. Y las dos Cubas, la de los extranjeros y la de los propios habitantes, creándose un apartheid, para los de adentro y para los de afuera. En suma, reproduciendo la cruda realidad que observó García Márquez por los países de la Cortina de Hierro, en su De viaje por los países socialistas (1978), que poco o casi nada citan los adulones del sistema. Pero decíamos al principio que Cisneros era divertido, divertidísimo, con sus recuerdos de viajes. La última crónica sobre su estancia en un hospital francés, y la primera acerca de su estadía en una carceleta de un pueblo, también francés, brindando con sus carceleros que se reían tras contarles cómo había sido abandonado en medio de la nada por su novia mientras se llevaba su coche, son hilarantes. Crónicas de la vida que tienen como protagonista al propio autor, quien utiliza los recursos del periodismo para hacer fácil su lectura al lector que las convoca.
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EL LIBRO DEL BUEN SALVAJE
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