domingo, 21 de septiembre de 2025

EN LAS FRONTERAS DE LA POESÍA

NO soy de poesía. Soy más de narrativa, leer ensayos, novelas, cuentos y relatos cortos. Eso de la métrica y los endecasílabos no va conmigo. Recuerdo al profesor Altamirano que nos enseñaba en el curso de Lengua y Castellano las propiedades de la sinalefa y el hiato. En la entonación de su voz y el esmero que le ponía al conteo de sílabas para los versos de arte mayor, uno podía notar su amor por la poesía. Empero, eso no significa que le quite importancia. (Para desasnarme he encontrado el Breve Tratado de Literatura General, de Luis Alberto Sánchez, publicado por la editorial chilena Ercilla en 1968; hay un capítulo muy instructivo sobre prosa y verso que aborda la ciencia de medir los versos.) Aprecio la poesía de un modo libre, muy intuitivo, casi anárquico. Mis alcances llegan al clásico Veinte poemas de amor  de Neruda, la versificación musical de La Divina Comedia (más en la edición de Alianza Editorial que en la de Edaf), la composición de La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre, los sonetos con el rendido amor de Petrarca por Laura en El cancionero, alguna lectura de Píndaro, una poquedad de Pedro Salinas y los Epigramas de Marcial (todo un deleite para la sátira); digamos poca cosa en comparación con la exhibición impúdica de los cultores modernos. Bueno, todo lo anterior es un pretexto para comentar, muy brevemente, faltaba más, qué atrevimiento, estos ensayos de Marco Martos. Martos, como Sánchez, ha armado un libro para los profanos y entendidos en la materia. La diferencia estriba que uno la degusta y el otro te muestra la estructura. Es un libro que nace del amor por la poesía. En los perfiles de los seleccionados exhibe un uso atildado del lenguaje. Da las claves poéticas de cada una de sus obras. Martos cata un grupo de poetas nacionales representativos y otro de amplio reconocimiento internacional (la mención del libérrimo poeta francés de los lupanares, François Villon, en la descripción de la poesía de Cisneros, me ha sido muy grata). Cada ensayo monda la piel de los poemas de sus colegas, expone su epidermis y obtiene la miel de sus versos. Así tenemos el influjo revelado de Pedro Salinas en la obra de Washington Delgado. En la semblanza de Pablo Guevara recuerda el poema que lo hizo muy conocido, “Mi padre, un zapatero” (Guevara, que fue mi profesor en la universidad, decía de este poema que figuraba en los libros de literatura del colegio, que la gente tenía la idea errada de que su padre era un zapatero; lo decía con la voz pastosa que lo caracterizaba), en los primeros pasos de Alejandro Romualdo encuentra el magisterio de Eielson. Martos considera que hay una tradición que antecede al poeta, quien, a su vez, se vuelve el nexo del que lo sucede (en narrativa, Vargas Llosa, visto por algún estudioso, era un caso singular, pues no respondía a ninguna tradición que lo antecediera; más bien la rompía porque fueron escritores extranjeros, como Faulkner y Flaubert, los que incidieron en su formación). En las fronteras de la poesía (2012) se explora la sensibilidad del juglar, y pone, desde Eguren y Martín Adán hasta Baudelaire y Rimbaud, a disposición del lector los secretos de su poética.


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