NINGUNA de las adaptaciones cinematográficas que he visto ha podido capturar todas las peripecias de Athos, Porthos y Aramis, al mando de D’Artagnan. La leí echado en el sofá de mi casa, entre asombrado y divertido por cada nueva aventura, y con la despreocupación del joven que no atiende el futuro y lo ve muy lejano. Las versiones de 1993 y 2011, dirigidas por Stephen Herek y Paul Anderson son bastante buenas, pero aun así no alcanzan la grandiosidad y los laberintos de la novela de Dumas. Hay escenas que no aparecen en las películas nacidas de la adaptación. (El hombre de la máscara de hierro, protagonizada por Leonardo Di Caprio en 1998, es un desprendimiento de El Vizconde de Bragelonne, de Alejandro Dumas, que reúne a los mosqueteros ya maduros en torno al gemelo del rey, Phillipe; pero mucho más impresionante, tal vez porque fue filmada en blanco y negro consiguiendo la intensificación del drama del hombre aprisionado en la máscara, es la versión de 1939, de James Whale.)
En 1984, la
Editorial Oveja Negra lanza a la venta Los
tres mosqueteros en su colección de Grandes Aventuras, para el público en
español. Es una excelente traducción en español latino, a diferencia de la
edición de Editorial Altaya (1993), cuyo español de España alejaba al lector de
nuestra América morena.
Vargas Llosa
le tenía especial estima. La leía cuando estaba de “imaginaria” en las noches
de guardia en el Leoncio Prado. Se abstraía con la lectura y vivía las
aventuras de los mosqueteros como si fueran parte de su vida.
Dumas se basó
en las memorias de Monsieur D’Artagnan, un capitán al servicio del rey. Cuenta
en el prefacio de la novela que se topó con ellas de casualidad mientras estaba
investigando sobre el rey Luis XIV.
Este feliz
encuentro recuerda otro similar protagonizado por Umberto Eco quien se encontró
con El Manuscrito de Adso de Melk que
dio origen a su famosa novela histórica El
nombre de la rosa (1980).
Javier CercaRueda ha escrito sobre su método de trabajo (de la mano con Augusto Maquet, su
negro literario): «Dumas hacía el esquema de acontecimientos de cada capítulo,
Maquet se ocupaba de la investigación histórica y de la primera redacción;
luego era de nuevo la pluma de Dumas la que dramatizaba, desarrollaba y daba
los retoques antes de mandar a impresión. Trabajaban a un ritmo trepidante,
pues tenían compromisos con cuatro o cinco periódicos a la vez. Maquet accedió
a no figurar como coautor en Los tres mosqueteros,
y en 1845, por amistad, cedió a Dumas todos los derechos. Cuando quiso
recuperarlos porque se enemistaron, la justicia se los negó y Dumas también. En
1922 sus herederos pudieron cobrar una parte.»
Los tres mosqueteros, Veinte años después y el antes mencionado El vizconde de Bragelonne forman parte de una saga, y junto a El Conde de Montecristo han inmortalizado la figura de Dumas y la arenga de combate de sus mosqueteros: «Uno para todos y todos para uno».
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