domingo, 29 de junio de 2025

HECHOS Y OPINIONES ACERCA DE LA MUJER

 

LA última vez me quiso dar con un rodillo de cocina porque dije una barbaridad y otras cosas más sobre las mujeres. Por eso, este libro, me la recuerda, me recuerda a Eliana. Pero, si se habla de barbaridades, Marco Aurelio Denegri, las tiene a raudales. ¿Cómo es eso de tetófilo o filotetales (amante de las tetas)? Ignorante del uso tan acertado del prefijo que refiere a las protuberancias que penden en el pecho de una mujer, y que el macho alfa mira con deseo y lujuria cuando las ve pasar generosas por la calle, ahora sé que existe la palabra, gracias al libro de Denegri, Hechos y opiniones acerca de la mujer; antes de eso, desconocimiento total.

Hechos y opiniones me recuerda –en el ensayo dedicado a la madre (“Matrifobia”)– cuando le digo a Eliana que siempre vea a su mamá, porque la sensación de orfandad te invade cuando ella parte.

(Felizmente, su mamá es cordial y dialogante. No como las de los ejemplos de Denegri.)

Pero regresemos a la tetofilia. El neologismo me recuerda un encuentro ocasional con Sami, una colombiana, que invitaba a que besaran sus senos. Eso le producía el máximo de goce. Sus labios carnosos y rojos se encarnaban más cuando lo hacía. Los ofrecía con generosidad, uno por uno. La extasiaba y la dejaba fuera de control.

En cuanto al libro, no es uno planeado exprofeso sobre la mujer, sino uno que reúne apuntes, notas, sobre ella, que recoge de aquí y allá información (eso lo advierte en la contratapa el autor). En otras palabras, el libro se fue armando solo.

Entre esos apuntes hay uno que recuerda a Martha Hildebrandt, no porque el autor la convocara (y bien se sabe su cercanía y diferencias con ella), sino porque evoca la anécdota que la Dra. Hildebrandt contó en alguna oportunidad sobre Juan Velasco Alvarado, el dictador militar que gobernó el Perú a fines de los sesenta e inicios de los setenta.

Velasco, buscando una persona que dirigiera el Instituto Nacional de Cultura, recibió de Augusto Salazar Bondy los nombres de tres personalidades para el puesto, y, sin pensarlo mucho, cuando detectó el de ella exclamó: «¡Este es el hombre que necesitamos!». Ese es el sentido de la entrada “Es mucho hombre esta mujer” donde Denegri recuerda el episodio en el que Juana Manuela Gorriti para reforzar los datos biográficos de Mercedes Cabello de Carbonera convoca a Ricardo Palma, quien se refirió a Cabello en los términos que dan título a su nota.

Otro apunte curioso está relacionado al embadurnamiento del miembro viril masculino con el jugo de una cebolla para, en el momento de la penetración en la vagina, ocasionar una erupción de placer en la mujer. Esa curiosidad la toma Denegri del libro de Gregorio Martínez Canto de sirena y responde a un consejo que el tío Metreque (así lo llama) proporciona al escritor de Coyungo, Ica. Martínez convoca al sazonado tío para aderezar unas líneas sobre cómo sacarle el máximo provecho a la coyunda con una mujer.

Empero, todo ese conocimiento “topográfico” de Marco Aurelio de las tetas e himen femenino, y el miembro viril masculino, que exhibe con erudita destreza, sospecho que sea solo libresco. Quizá haya tenido comercio carnal con prostitutas en el jirón Huática (que conoció como cuenta en Obscenidad y Pornografía, en su juventud), pero no nos lo imaginamos en maromas como Nacho Vidal, el actor porno español.

Denegri es provocador y disruptivo (como lo era en su programa). Le gusta escandalizar a las señoras y señores conservadores, esto es, a los cucufatos. Entradas como “Poto bendito” (o aquel bastante ilustrativo sobre quién, el hombre o la mujer, debe hacer la inserción del pene en la vagina) dan cuenta de su vocación desacralizadora.

Pero Hechos y Opiniones no se reduce a las tetamentas y derrières femeninos, es un trabajo variopinto en los que discurre cierta erudición del autor sobre la sexología humana.

Por ello, merece la mirada del lector que quiere conocer mejor la sexualidad femenina. No con el deleite lujurioso de Memorias de una pulga –de grata recordación posiblemente para Denegri– o de la Serie Rosa, pero sí para aproximarnos a la sensibilidad íntima de ellas.

Crédito de la imagen: La Gata Bajo la Lluvia

domingo, 1 de junio de 2025

PUENTE AÉREO

EL libro de Faverón dignifica lo que debieron ser los blogs cuando proliferaron por el año dos mil: un espacio ideal para discutir ideas, escribir comentarios de libros o analizar hechos resaltantes, y no en lo que se convirtieron: un lugar de chismes, reyertas y golpes bajos. En cambio, Faverón fue uno de los pocos le dio un trato serio, profesional. Él ya venía de una experiencia periodística en Somos de El Comercio. Su blog, Puente Aéreo, la recogió para la blogosfera. Faverón relata que no sabía cómo hacerlo y que su amigo Daniel Salas, paso a paso, lo orientó. En la primera parte de las tres que lo componen, el autor coloca una serie de artículos que tienen como impronta el antifujimorismo. Así tenemos algunos donde se cuestiona a Keiko Fujimori y la opción política que representa en su enfrentamiento a Humala en la segunda vuelta del 2011. El escritor repite un tip de la época que se lanzó contra su padre, Alberto Kenya: que se había robado 6 mil millones de dólares; tip que nunca fue demostrado y que formó parte de la campaña de satanización al fujimorismo. Desde esa perspectiva, se puede ver Puente Aéreo como la fotografía de un momento en el Perú, donde aún se hablaba de la presencia de una reserva moral, que combatía, con desinfectante en la mano (y lavado de bandera en medio), la corrupción fujimorista. Esa parte se puede decir que envejeció, si se toma en cuenta que figuras como Susana Villarán –que integraba dicho conglomerado– protagonizaron hechos de corrupción. Pero con todo, con las discrepancias del caso, el esfuerzo por dar espacio a argumentos en el debate político, en medio de una jungla de repetidores de frases huecas, es loable. En la segunda sección, correlativo a ese antifujimorismo, Faverón lanza sus dardos contra César Hildebrandt –a quien presenta como un hombre que no sabe nada de cine–, Marco Aurelio Denegri –a quien califica solo como un corrector de estilo– y Beto Ortiz –el “peor escritor de Lima” (aquí hay un exceso; sin intentar caer en el magister dixit, Martha Hildebrandt, a la que juzga más por su cercanía al fujimorismo que por su propia obra, le tenía en buena estima por su correcta forma de hablar)–. Pero no se queda allí, sino que lo apabulla en su interpretación del relato de César Vallejo, “Paco Yunque” (“Qué pasa cuando uno no entiende los cuentos para niños”). En este caso tiene la razón porque el cuento de Vallejo refleja aún esa contradicción que existe entre los que están en la cúspide y la base de la pirámide social, y es la del abuso del que está en desventaja. Un cuento ejemplar, sublevante. No se “victimiza a un cholito” como Ortiz mal entiende. En esta segunda sección, casi finalizando, se destaca las líneas que dedica a Gastón Acurio. Sí, es cierto, se consulta a Acurio, como si fuera el oráculo de Delfos, por diversos temas como la política y la economía, cuando su expertise es la cocina. Acurio de jurado de un concurso literario, es como si se viera a Bryce Echenique, el último de nuestros buenos escritores vivos, preparando una pachamanca. En la tercera sección, dedicada a la literatura, se puede apreciar su interés por Borges en varios post. Textos de coyuntura, de toma de posición frente al racismo o lo que considera el autor es necesario defender (por ejemplo, a su amigo Thays de la horda nacionalista gastronómica que lo quiere ejecutar por confesar que no le gusta la comida peruana), al alimón con relatos de gratos descubrimientos bibliográficos, como el del escritor uruguayo Mario Levrero. Faverón no defrauda; puede caer antipático y pedante de entrada, pero resulta provechoso leerlo.


martes, 13 de mayo de 2025

ASOCIACIÓN ILÍCITA

ES único en su género. Llama fuertemente el entramado el intercalado de citas en la redacción de los perfiles, la minuciosidad del autor en agotar todas las posibilidades de información que se extienden a las notas de pie de página, muy deliciosas, jalando la curiosidad del lector que desea en esa elongación conocer más detalles del asunto que se cuenta en el texto principal. Aguirre ha hecho las veces de arqueólogo textual y ha devuelto a la luz material bibliográfico y periodístico hundido en archivos; ha escarbado en el ciberespacio rescatando de blogs comentarios que ha evaluado e incorporado en el cuerpo mayor del texto y así negarles la indignidad del olvido. Empero, Aguirre cede en sus arrestos. Cede a la moda de los círculos poéticos que tienen a María Emilia Cornejo como un tótem. Participa, aunque ubicado en la asepsia del solo registro, en su desacralización. ¿Fue o no la poeta suicida autora de sus tres poemas (cuyo nacimiento fue reclamado por José Rosas Ribeyro, y tuvo como ocasional partero a Elqui Burgos)? (Las ventajas de la escogencia: si hay que cantar al amor, tenemos a la vista el Cancionero de Petrarca, La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre y La voz a ti debida de Pedro Salinas; más cerca: raptada por lo erótico, Extrasístole y Ad Libitum de Marita Troiano). La estrategia narrativa empleada por Aguirre en sus perfiles, se puede detectar en Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez: esconder al personaje y develar su rostro progresivamente para generar un aire de misterio desde el inicio. Para ese efecto el narrador dosifica la información. La novedad en Asociación Ilícita se puede encontrar en el acápite dedicado a Clemente Palma, el autor intercala citas de diferentes comentaristas y estudiosos de Palma en diferentes épocas. Aguirre es muy minucioso. Cruza información de las lecturas sobre sus biografiados. Aquí se nota una cuidadosa y precisa selección de citas. Presenta a los convocados como si fueran parte de una mesa redonda en torno a la obra de Palma. Los reúne y hace dialogar. El artilugio –que repite y alcanza su mejor desarrollo en el capítulo dedicado a Thorndike– le sirve para hacerlos confluir en un mismo espacio temporal. Una nota picante se encuentra en el acápite dedicado a Alberto Hidalgo. Hidalgo fue el mayor libelista que ha tenido el Perú. Sus escritos hacían delirar de ira a sus enemigos y víctimas. Ni Borges se salvó (lo recuerda en el prólogo de El otro, el mismo, Emecé, 1969). Pero Haya de la Torre fue uno de los blancos preferidos de Hidalgo. Le dedicó frases mordaces, hirientes, sarcásticas, cargadas de insidia y rencor. Aguirre consigna algunas, muy rotundas, pero hay una que nos quedó en la memoria y leímos en un libelo que nos alcanzó un bibliotecario de San Marcos: «A Haya lo pierde el ano». Brutal con el brulote el arequipeño cuando se le subía la nevada y la emprendía a tiros verbales con el desafortunado que se le cruzaba por el camino. Asociación ilícita es también subsidiario de ese intercambio flamígero de opiniones por quítame esas pajas que se suscitaba en los blogs hace veinte años. Peleas bobas que, vistas a la distancia, eran banales pero que sus protagonistas otorgaban importancia y dignidad en el circuito literario limeño. Aguirre se ha alimentado de esas reyertas, en las que el “maleteo” y la chaveta verbal estaban a la orden del día. Por último, en el balance general, los perfiles que presenta son muy parejos, no hay mayores desniveles, ha repartido bien la torta para todos. Todas reflejan parte de las discusiones en las cafeterías y bares de la ciudad, las cuales sirven de las veces como anecdotario para presentar a un autor en la Academia. Evoca –o repite– lo que se conoce de Scorza: un inescrupuloso en el mundo editorial, que, Rodolfo Hinostroza, en Pararrayos de Dios (2012), despacha; recuerda la quema de libros protagonizada por el filósofo-poeta Rubén Quiroz –a quien llaman “El hijito chuqui de Goebbels”–; retrata a poetas esquivas como Blanca Varela, y trae a la memoria a un Guillermo Thorndike que se vendía al mejor postor. Un fresco, una suerte de mosaico de la comidilla literaria de la ciudad, el libro de Aguirre se deja leer entre cervezas, una res de pisco o una copa de vino dependiendo la ocasión. Olé.

viernes, 25 de abril de 2025

LAS FORMAS DE LA PEREZA

HASTA que leí a Héctor Abad Faciolince no entendía bien el por qué algunos escritores jóvenes y vendedores de libros detestaban a Paulo Coelho. Yo atribuía esa aspereza a un asunto de esnobismo, a un sentirse superior sobre un escritor de gran éxito de ventas y con un gran público que consumía sus novelas como como Verónika quiere morir o Brida. En otras palabras, la envidia. Pero no le daba importancia, miraba con el rabillo de los ojos esas conductas que me llevaron, en alguna oportunidad, a leer en una librería del jirón Quilca un letrero que decía: «Aquí no se venden libros de Paulo Coelho». Pues, Abad, en su ensayo “Por qué es tan malo leer a Paulo Coelho” –recogido en su libro Las formas de la pereza– me ha hecho ver las simplezas y los ardides camuflados en la estrategia narrativa de Coelho. Antes de eso tenía cierta condescendencia con este autor brasileño porque, después de todo, podía servir como entrada para lecturas de mayor envergadura, ya que consideraba que era preferible leerlo a hundirse, como el Titanic, en la mediocridad de Misterio. Pero este es uno de los notables ensayos de este periodista y escritor colombiano. Hay otros como el de “Trece tesis sobre periodismo y literatura” donde establece las fronteras entre cada uno de ellos. Para eso apela a la distinción puesta por Aristóteles entre discurso poético y discurso histórico, siendo el segundo cómo sucedieron los hechos y el primero cual debió haber pasado. Abad es de esa estirpe de periodistas culturales que cabalgan entre la literatura y el periodismo. Allí tenemos, como buenos ejemplos, a Tomás Eloy Martínez y Xavi Ayén. Uno de los ensayos más sugestivos es aquel que le dedica a la posmodernidad (“Divertimento sobre la postoscuridad”). Trae de inmediato el recuerdo del libro de Sokal y Bricmont (Imposturas intelectuales), que sacudió a la intelectualidad francesa y cuyos íconos quedaron desnudos frente a la audiencia, a la que quisieron impresionar con sus malas analogías de conceptos científicos. Por fin alguien cercano dice lo que se comenta en algunos corrillos: que toda esa producción escrita en un lenguaje oscuro “es pura basura retórica, indescifrables cortinas de humo escritas en jerga posmodernista, deconstruccionista, lacandeleuzista….”. Y nada describe mejor a estos embusteros que estas líneas: «Deslumbran con palabras y no iluminan con ideas. Se lanzan al neologismo con una glotonería envidiable. Emplean una forma inútilmente complicada para decir banalidades, y lo triste es que hay lectores que confunden la hondura del pensamiento con la dificultad que han tenido para descifrar tal pensamiento». La baratija a cambio del oro del lector desprevenido. Por otra parte, coincido con Abad, en “El devorador de libros”, de que hay una especie de ley que funciona así: para un buen libro hay una mala adaptación cinematográfica; y, viceversa, para uno malo, hay una buena. (Eso está en mi tesis de licenciatura. Permítaseme el publicherry) También en el hecho de que, para iniciarse en la lectura, uno debe empezar con lo que le es cercano. Comenzar con Arguedas y Todas las sangres puede ahuyentar a un escolar de la capital si se le trata de introducir, de frente, en la literatura andina. Hay expresiones en quechua que le podrían generar distancia; en cambio, si se lo hace desde Redoble por Rancas, de Scorza, donde hay una suerte de realismo mágico, o Warma Kuyay (el amor de un niño), del propio Arguedas, podría ganar un lector para ese mundo. De menos a más, in crescendo, es la clave (Ver “Un libro abierto”). El ensayo que remite al nombre del libro, “Las formas de la pereza”, evoca al ocio creativo profesado por los griegos. (Y los romanos que lo entendían solo como un estado para reparar las energías y continuar con el trabajo.) «Para Sócrates –anota– el ocio era el bien superior»; y para Aristóteles, la felicidad. Con un estilo pausado Abad Faciolince nos entrega un puñado de textos exorcizados por su pluma, los que, podemos asegurar, se pueden leer con placer y sin ser asaltados por un insolente bostezo.

lunes, 20 de enero de 2025

LAS MEMORIAS DE UN RECTOR

Es un hombre campechano, de palabras sencillas, nada intelectual. Luis Izquierdo Vázquez proviene de una familia numerosa de la selva que vino a la capital a fines de los años cincuenta, como muchos provincianos, para labrarse un mejor futuro. Sobrino de Francisco Izquierdo Ríos, autor de “El Bagrecico”, relato tierno, y cargado de sabiduría, que aún subyuga la imaginación de los niños. Izquierdo fue rector de San Marcos entre los años 2006 y 2011, en una elección controvertida donde menudearon las denuncias de compra de votos de los estudiantes de la Asamblea Universitaria (se dijo que fue por una bolsa de dinero y un misérrimo cuarto de pollo a la brasa). Empero, no existe una prueba que la confirme sino la voz de los acusadores. En Los dueños de San Marcos, firmado con el seudónimo de Olivier Le Blanc, se expone a la red de operadores que rodearon su gestión. En alguna oportunidad, Martha Hildebrandt, puntillosa y escandalizada, pidió la renuncia del rector Izquierdo debido a la infiltración senderista en la universidad. Izquierdo, cumpliendo con un viejo deseo, ha publicado sus memorias, no al estilo de El pez en el agua que es un ajuste de cuentas. El joven Izquierdo fue un emprendedor que ha sabido aprovechar las oportunidades de la vida. “Nunca me ha faltado dinero en el bolsillo”, afirma con un retintín de vanidad. Izquierdo vio en los estudios la vía por excelencia para avanzar. Usó los conocimientos adquiridos en la universidad para hacerlo y su mujer vio en él una persona dotada para los negocios. Memorias tras una sonrisa (2022) podría ser la prolongación de un capítulo del libro de Daniel Córdova, Los nuevos héroes peruanos (2010). Incluso un ejemplo al vuelo en la saga de El camino del líder de Fischmann. Pero no uno de autoayuda en la línea de la antigua editorial Grijalbo. Tampoco uno al estilo de los Diálogos de Séneca. Es un libro donde hay enseñanzas, como el saber perdonar y no arrastrar rencores, fundamental para el buen vivir. Lo acompaña un generoso prólogo de Marco Martos, hecho al son de la amistad.


sábado, 27 de julio de 2024

"QUELOIDE", DE CARLA GARCÍA

ES un trabajo juvenil, de alguien que comunica sentimientos muy personales. Se llama “Queloide” porque es el nombre de su blog. Los relatos más destacados los ha publicado aquí. ¿Y qué significa queloide? Una cicatriz engrosada. Parece que Carla García, la autora, ha querido dar a entender que hay marcas en la vida que, muy a nuestro pesar, persistirán en el tiempo. Pero a qué vienen estas líneas. Vienen a que un enjambre de personas, que le tienen tirria a la hija de Alan García, comentan negativamente acerca de su opera prima sin haberla leído. Afortunadamente no son críticos literarios porque anularían, como las hermanastras envidiosas de la Cenicienta, a toda aquel que ose tomar una pluma. Esta última reflexión me lleva a recordar la oportunidad en que un jovencísimo Mario Vargas Llosa leyó un cuento en una peña literaria colmada de intelectuales y relumbrones de nuestro muy reducido ambiente cultural. Cuando terminó hubo un silencio total y todos siguieron con lo que estaban haciendo. Al rato, un crítico literario de la época señaló su texto con desprecio. El joven Vargas Llosa rompió el cuento en su casa y prometió nunca más exponerse a ese tipo de situaciones. Felizmente no fue más lejos y no renunció a su vocación literaria. A tenor de los comentarios sobre “Queloide” se puede colegir que muchos de los que cuestionan a García, lo hacen por razones políticas (por allí no falta la mención del padre suicida y su participación en Willax, el canal que más odia la izquierda peruana). Esas son sus razones de peso para objetarla; extraliterarias, por supuesto. En cuanto al texto, no es de mayor envergadura. Tal vez alguna que otra línea bien acicalada, no más; pero que no es un pretexto para que la hayan maltratado.

viernes, 19 de julio de 2024

EL TIEMPO Y LA PLUMA

LO PRIMERO que me llamó la atención del libro de Miguel Ángel Cavero (hecho en tándem con Víctor Salazar Yerén) fue el manejo de las fuentes sobre la historia de Chincha. Eran muy rebuscadas. «Acá hay investigación», pensé. Me preguntaba el tiempo invertido y la inmersión en documentos, aburridos para otros (pero para quien ejerce la crítica, no), extraños, inubicables. Me imaginaba a Cavero y Salazar buscando en las hemerotecas, rescatando los textos, discriminando, pasándolos por un cernidor, este sí, este no, con el ojo clínico del que cata el valor de lo que tiene entre sus manos. La selección de los siglos XVI, XIX y XX muy precisas, como extraída con pinzas. «Por fin, Miguel Ángel –dije en mis adentros– ha publicado algo de peso». Después, me detuve en el detalle de los dibujos y las fotos que acompañan cada texto. «Acá hay cierta orfebrería», sopesé. Cavero, en una anterior oportunidad, había hecho un esfuerzo de recopilar unos relatos inéditos de Castellanos, amigo de Ribeyro. Empero, era un ejercicio iniciático. Después de todo, no era su voz la rescatada, sino la de otro. Acá sí se le escucha en el prólogo, que es la sobremesa que adelanta lo que se viene en las páginas que siguen. Cavero no es historiador, es un estudioso de la literatura (sabemos de su cercanía al desaparecido escritor Oswaldo Reynoso, a quien le está dedicando una tesis); tiene como influencia a Raúl Porras Barrenechea, que le marcó la Cruz del Sur en su navegación documental. El Tiempo y la Pluma (Horfanda Ediciones, 2023) ha sido destacada por historiadores como Augusto Lostaunau, por el rescate de la historia regional de Chincha. Cavero ha puesto una piedra fundacional. Ya vendrán otros estudios que se asienten sobre lo que él y Salazar, su compañero de aventuras, han hecho.


sábado, 11 de mayo de 2024

LOS ZARPAZOS DEL PUMA

ESTE es un libro increíble. Un libro de verdadera investigación periodística. He leído el primer capítulo y me he quedado maravillado. La periodista chilena Patricia Verdugo en setiembre de 1989 publica este libro que revela uno de los pasajes más oscuros que se dieron tras los sucesos del 11 de setiembre de 1973: el de la llamada Caravana de la muerte. En el capítulo leído figura la extraña muerte del coronel Renato Cantuarias, encargado de resguardar a la familia de Pinochet en caso de que fallara el golpe. La periodista Verdugo recuerda al general Arellano Stark, el hombre del golpe militar, habla con los protagonistas del asalto a La Moneda, de la incertidumbre que tenían respecto a la posición de Pinochet y de si se iba a alinear al plan que ya estaba en marcha para retirar a Allende del poder. Verdugo reconstruye los hechos y conversa con testigos, reivindica el periodismo de investigación, una modalidad viciada en el Perú debido a intereses políticos de grupo que lo han invadido. Un libro que se debe leer como parte de un hecho histórico y que no debe ir en desmedro de la lectura de otros que proporcionen una visión de conjunto de ese momento.

viernes, 12 de abril de 2024

LA GRAN USURPACIÓN

ME CAÍA muy mal Omar Chehade, exvicepresidente de Humala, pensaba que era un traidor por salir a atacar al expresidente y a su mujer, la señora Heredia, cuando el viento corría en contra de ellos. Pero luego de leer su libro La gran usurpación y atender sus descargos respecto al caso en que estuvo involucrado –el que lo llevó a renunciar al cargo de segundo vicepresidente–, y conocer las revelaciones en relación al manejo del despacho presidencial, mi percepción ha cambiado. No se trata, por si acaso, de una cuestión de género, de que se trata de perjudicar a la señora Heredia, de que hay un machismo soterrado, de que se le quiere negar un bien ganado protagonismo. Se trata simplemente de conocer lo que ocurrió entre los años 2011-2016 en el Palacio de Pizarro, y de quién, realmente, ejerció el poder. Es verdad que lo de Chehade es un testimonio de parte y que falta conocer la versión de Nadine Heredia. Sin embargo, a la luz de lo leído en el libro, uno puede establecer como conclusión preliminar que la señora Heredia se entrometió en decisiones importantes relacionadas al mandato que recibió su esposo por elección popular, y que indebidamente influenció sobre él en otras provocando con su participación –que rebasaba las de Primera Dama– una serie de inconvenientes que incidieron, incluso, en el abandono de una serie de parlamentarios de las filas del nacionalismo, debilitando así al gobierno y amenazando, de paso, la gobernabilidad del país en el quinquenio pasado. Nadine Heredia no fue elegida para ejercer función alguna, pero, en la práctica, de acuerdo a la versión de Chehade, ella era la que gobernaba. Resulta patético leer en una determinada situación narrada por Chehade, ver cómo el presidente Humala se tomaba el rostro sin saber qué decidir, lamentándose que la señora Heredia –que estaba de viaje– no estuviera allí. Elegimos a un mandatario, no a una marioneta. Chehade en este libro trata de lavar su imagen, bastante deteriorada en un momento. Al parecer lo logra, pero con todo queda el sinsabor de conocer que a pesar de que la pareja Humala-Heredia le bajó el dedo, siguió colaborando con ellos, y solo casi al final del mandato de Humala logró desmarcarse para manifestar una abierta oposición. Eso se ve como un calculado oportunismo. De cualquier forma, su libro es una contribución, desde el lado de las memorias políticas, para conocer una parte reciente de la historia del Perú, esa que los políticos nos ocultan y que los periodistas no logran desentrañar.

Lima, 19 de noviembre del 2016

Crédito de la imagen: Librerías San Francisco


jueves, 21 de marzo de 2024

UNA TESIS SOBRE YEROVI

HAY tesis que se convierten en libros como esta de Paulo Piaggi sobre el destacado dramaturgo Leonidas Yerovi, o como la que no muy recientemente ha llegado a mis manos, de César Nureña (La argolla peruana, 2021), que, más adelante, será motivo de otra recensión. Tesis como la de Arguedas y las comunidades de España y el Perú o la juvenil de Vargas Llosa sobre Rubén Darío, que antecede a la madura sustentada en la Universidad Complutense (García Márquez. Historia de un deicidio, 1971), han dado un salto de los claustros a la publicación masiva.

Piaggi ha hecho un estudio meticuloso de Yerovi, ha dialogado y observado a los críticos que, antes que él, lo han auscultado, y ha arriesgado un criterio propio.

(Hay un dato curioso que suelta el autor: tanto Yerovi como Chocano, estudiado por Luis Alberto Sánchez, fueron asesinados por chilenos.)

De otro lado, exhibe en su trabajo un conocimiento de las fuentes que alimentan su investigación. Las examina y corrige. Llega el autor al punto de discutir la inclusión de Yerovi en la tradición modernista, señalando con precisión qué parte responde a ella y cuál, no. Afirma: «…considero que debemos leer a Yerovi como un modernista menor, ya que la complejidad de su obra así lo requiere».

De igual forma, replica al crítico Fabio Xammar que inscribe a Yerovi, por simpatías políticas, dentro de una concepción ideológica, reproduciendo con tino, para su refutación, un poema donde se lee claramente el rechazo del vate por la forma como se manifiestan a pedradas los jornaleros socialistas en el Callao, y se llama, precisamente, “Socialismo”.

Explica, por otra parte, las razones por las cuales Yerovi ha sido insertado en ciertas antologías, como la de Tamayo Vargas (por ser en la selección de poemas más modernista que en otras).

Concluye, asimismo, que si “Leonidas Yerovi debe posicionarse dentro del canon de la literatura peruana es en el teatro”.

Piaggi tiene una notable versación sobre su tema de investigación; navega en las disquisiciones de los críticos que revisa, hace precisiones y se mete en medio, como una cuña, en sus argumentos.

En suma, Explicando el chiste. Técnicas de la comedia de Leonidas Yerovi (Editora Paradiso, 2020) nos habla de un crítico en ciernes que, en esta su opera prima, se presenta con buen pie en la comunidad literaria de la cual forma parte.

Por último, muy acertado el criterio de los editores en publicarla. Han hecho un buen trabajo.


Crédito de la foto (retocada): Librería El Rocinante


domingo, 10 de marzo de 2024

40 MICRORRELATOS COVIDIANOS

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, es el cuento más célebre de Augusto Monterroso. No cabe más que en una sola línea. Raymond Carver es otro ejemplo, con el minimalismo, de la economía de las palabras. Esas oportunas afeitadas en sus relatos para que las elipsis hagan efecto, convocan la participación del lector. El haiku es otro modelo de brevedad. Borges apostaba por ella. Cuando le preguntaron qué opinaba de Cien años de soledad, respondió sarcásticamente que le sobraban cincuenta años, ¿no? Arreola es uno de los maestros del relato corto (ver Confabulario personal). Concisión, precisión e impacto figuran en su escudo de armas. Separar la paja del trigo, eso es el microrrelato. Becerra ha hecho suyo este axioma en sus 40 microrrelatos covidianos. Forzado al encierro por la pandemia se puso manos a la obra y dio forma letrada a ciertos acontecimientos que hirieron por esas fechas nuestra vida cotidiana. La impronta poética se deja sentir en sus sentencias. Lo inesperado, lo absurdo y la existencia cortada por la presencia invisible de un microbicho están allí. El autor ha tenido el ojo clínico para encapsular esos momentos claves. 40 microrrelatos es fruto de la madurez. La manzana tenía que caer ya para cumplir con la ley de la gravedad de Newton. Eureka.

40 microrrelatos covidianos

Hernán Becerra Salazar

Grupo Editorial Caja Negra

2021

HECHOS Y OPINIONES ACERCA DE LA MUJER

  LA última vez me quiso dar con un rodillo de cocina porque dije una barbaridad y otras cosas más sobre las mujeres. Por eso, este libro, m...