martes, 13 de mayo de 2025

ASOCIACIÓN ILÍCITA

ES único en su género. Llama fuertemente el entramado el intercalado de citas en la redacción de los perfiles, la minuciosidad del autor en agotar todas las posibilidades de información que se extienden a las notas de pie de página, muy deliciosas, jalando la curiosidad del lector que desea en esa elongación conocer más detalles del asunto que se cuenta en el texto principal. Aguirre ha hecho las veces de arqueólogo textual y ha devuelto a la luz material bibliográfico y periodístico hundido en archivos; ha escarbado en el ciberespacio rescatando de blogs comentarios que ha evaluado e incorporado en el cuerpo mayor del texto y así negarles la indignidad del olvido. Empero, Aguirre cede en sus arrestos. Cede a la moda de los círculos poéticos que tienen a María Emilia Cornejo como un tótem. Participa, aunque ubicado en la asepsia del solo registro, en su desacralización. ¿Fue o no la poeta suicida autora de sus tres poemas (cuyo nacimiento fue reclamado por José Rosas Ribeyro, y tuvo como ocasional partero a Elqui Burgos)? (Las ventajas de la escogencia: si hay que cantar al amor, tenemos a la vista el Cancionero de Petrarca, La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre y La voz a ti debida de Pedro Salinas; más cerca: raptada por lo erótico, Extrasístole y Ad Libitum de Marita Troiano). La estrategia narrativa empleada por Aguirre en sus perfiles, se puede detectar en Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez: esconder al personaje y develar su rostro progresivamente para generar un aire de misterio desde el inicio. Para ese efecto el narrador dosifica la información. La novedad en Asociación Ilícita se puede encontrar en el acápite dedicado a Clemente Palma, el autor intercala citas de diferentes comentaristas y estudiosos de Palma en diferentes épocas. Aguirre es muy minucioso. Cruza información de las lecturas sobre sus biografiados. Aquí se nota una cuidadosa y precisa selección de citas. Presenta a los convocados como si fueran parte de una mesa redonda en torno a la obra de Palma. Los reúne y hace dialogar. El artilugio –que repite y alcanza su mejor desarrollo en el capítulo dedicado a Thorndike– le sirve para hacerlos confluir en un mismo espacio temporal. Una nota picante se encuentra en el acápite dedicado a Alberto Hidalgo. Hidalgo fue el mayor libelista que ha tenido el Perú. Sus escritos hacían delirar de ira a sus enemigos y víctimas. Ni Borges se salvó (lo recuerda en el prólogo de El otro, el mismo, Emecé, 1969). Pero Haya de la Torre fue uno de los blancos preferidos de Hidalgo. Le dedicó frases mordaces, hirientes, sarcásticas, cargadas de insidia y rencor. Aguirre consigna algunas, muy rotundas, pero hay una que nos quedó en la memoria y leímos en un libelo que nos alcanzó un bibliotecario de San Marcos: «A Haya lo pierde el ano». Brutal con el brulote el arequipeño cuando se le subía la nevada y la emprendía a tiros verbales con el desafortunado que se le cruzaba por el camino. Asociación ilícita es también subsidiario de ese intercambio flamígero de opiniones por quítame esas pajas que se suscitaba en los blogs hace veinte años. Peleas bobas que, vistas a la distancia, eran banales pero que sus protagonistas otorgaban importancia y dignidad en el circuito literario limeño. Aguirre se ha alimentado de esas reyertas, en las que el “maleteo” y la chaveta verbal estaban a la orden del día. Por último, en el balance general, los perfiles que presenta son muy parejos, no hay mayores desniveles, ha repartido bien la torta para todos. Todas reflejan parte de las discusiones en las cafeterías y bares de la ciudad, las cuales sirven de las veces como anecdotario para presentar a un autor en la Academia. Evoca –o repite– lo que se conoce de Scorza: un inescrupuloso en el mundo editorial, que, Rodolfo Hinostroza, en Pararrayos de Dios (2012), despacha; recuerda la quema de libros protagonizada por el filósofo-poeta Rubén Quiroz –a quien llaman “El hijito chuqui de Goebbels”–; retrata a poetas esquivas como Blanca Varela, y trae a la memoria a un Guillermo Thorndike que se vendía al mejor postor. Un fresco, una suerte de mosaico de la comidilla literaria de la ciudad, el libro de Aguirre se deja leer entre cervezas, una res de pisco o una copa de vino dependiendo la ocasión. Olé.

viernes, 25 de abril de 2025

LAS FORMAS DE LA PEREZA

HASTA que leí a Héctor Abad Faciolince no entendía bien el por qué algunos escritores jóvenes y vendedores de libros detestaban a Paulo Coelho. Yo atribuía esa aspereza a un asunto de esnobismo, a un sentirse superior sobre un escritor de gran éxito de ventas y con un gran público que consumía sus novelas como como Verónika quiere morir o Brida. En otras palabras, la envidia. Pero no le daba importancia, miraba con el rabillo de los ojos esas conductas que me llevaron, en alguna oportunidad, a leer en una librería del jirón Quilca un letrero que decía: «Aquí no se venden libros de Paulo Coelho». Pues, Abad, en su ensayo “Por qué es tan malo leer a Paulo Coelho” –recogido en su libro Las formas de la pereza– me ha hecho ver las simplezas y los ardides camuflados en la estrategia narrativa de Coelho. Antes de eso tenía cierta condescendencia con este autor brasileño porque, después de todo, podía servir como entrada para lecturas de mayor envergadura, ya que consideraba que era preferible leerlo a hundirse, como el Titanic, en la mediocridad de Misterio. Pero este es uno de los notables ensayos de este periodista y escritor colombiano. Hay otros como el de “Trece tesis sobre periodismo y literatura” donde establece las fronteras entre cada uno de ellos. Para eso apela a la distinción puesta por Aristóteles entre discurso poético y discurso histórico, siendo el segundo cómo sucedieron los hechos y el primero cual debió haber pasado. Abad es de esa estirpe de periodistas culturales que cabalgan entre la literatura y el periodismo. Allí tenemos, como buenos ejemplos, a Tomás Eloy Martínez y Xavi Ayén. Uno de los ensayos más sugestivos es aquel que le dedica a la posmodernidad (“Divertimento sobre la postoscuridad”). Trae de inmediato el recuerdo del libro de Sokal y Bricmont (Imposturas intelectuales), que sacudió a la intelectualidad francesa y cuyos íconos quedaron desnudos frente a la audiencia, a la que quisieron impresionar con sus malas analogías de conceptos científicos. Por fin alguien cercano dice lo que se comenta en algunos corrillos: que toda esa producción escrita en un lenguaje oscuro “es pura basura retórica, indescifrables cortinas de humo escritas en jerga posmodernista, deconstruccionista, lacandeleuzista….”. Y nada describe mejor a estos embusteros que estas líneas: «Deslumbran con palabras y no iluminan con ideas. Se lanzan al neologismo con una glotonería envidiable. Emplean una forma inútilmente complicada para decir banalidades, y lo triste es que hay lectores que confunden la hondura del pensamiento con la dificultad que han tenido para descifrar tal pensamiento». La baratija a cambio del oro del lector desprevenido. Por otra parte, coincido con Abad, en “El devorador de libros”, de que hay una especie de ley que funciona así: para un buen libro hay una mala adaptación cinematográfica; y, viceversa, para uno malo, hay una buena. (Eso está en mi tesis de licenciatura. Permítaseme el publicherry) También en el hecho de que, para iniciarse en la lectura, uno debe empezar con lo que le es cercano. Comenzar con Arguedas y Todas las sangres puede ahuyentar a un escolar de la capital si se le trata de introducir, de frente, en la literatura andina. Hay expresiones en quechua que le podrían generar distancia; en cambio, si se lo hace desde Redoble por Rancas, de Scorza, donde hay una suerte de realismo mágico, o Warma Kuyay (el amor de un niño), del propio Arguedas, podría ganar un lector para ese mundo. De menos a más, in crescendo, es la clave (Ver “Un libro abierto”). El ensayo que remite al nombre del libro, “Las formas de la pereza”, evoca al ocio creativo profesado por los griegos. (Y los romanos que lo entendían solo como un estado para reparar las energías y continuar con el trabajo.) «Para Sócrates –anota– el ocio era el bien superior»; y para Aristóteles, la felicidad. Con un estilo pausado Abad Faciolince nos entrega un puñado de textos exorcizados por su pluma, los que, podemos asegurar, se pueden leer con placer y sin ser asaltados por un insolente bostezo.

lunes, 20 de enero de 2025

LAS MEMORIAS DE UN RECTOR

Es un hombre campechano, de palabras sencillas, nada intelectual. Luis Izquierdo Vázquez proviene de una familia numerosa de la selva que vino a la capital a fines de los años cincuenta, como muchos provincianos, para labrarse un mejor futuro. Sobrino de Francisco Izquierdo Ríos, autor de “El Bagrecico”, relato tierno, y cargado de sabiduría, que aún subyuga la imaginación de los niños. Izquierdo fue rector de San Marcos entre los años 2006 y 2011, en una elección controvertida donde menudearon las denuncias de compra de votos de los estudiantes de la Asamblea Universitaria (se dijo que fue por una bolsa de dinero y un misérrimo cuarto de pollo a la brasa). Empero, no existe una prueba que la confirme sino la voz de los acusadores. En Los dueños de San Marcos, firmado con el seudónimo de Olivier Le Blanc, se expone a la red de operadores que rodearon su gestión. En alguna oportunidad, Martha Hildebrandt, puntillosa y escandalizada, pidió la renuncia del rector Izquierdo debido a la infiltración senderista en la universidad. Izquierdo, cumpliendo con un viejo deseo, ha publicado sus memorias, no al estilo de El pez en el agua que es un ajuste de cuentas. El joven Izquierdo fue un emprendedor que ha sabido aprovechar las oportunidades de la vida. “Nunca me ha faltado dinero en el bolsillo”, afirma con un retintín de vanidad. Izquierdo vio en los estudios la vía por excelencia para avanzar. Usó los conocimientos adquiridos en la universidad para hacerlo y su mujer vio en él una persona dotada para los negocios. Memorias tras una sonrisa (2022) podría ser la prolongación de un capítulo del libro de Daniel Córdova, Los nuevos héroes peruanos (2010). Incluso un ejemplo al vuelo en la saga de El camino del líder de Fischmann. Pero no uno de autoayuda en la línea de la antigua editorial Grijalbo. Tampoco uno al estilo de los Diálogos de Séneca. Es un libro donde hay enseñanzas, como el saber perdonar y no arrastrar rencores, fundamental para el buen vivir. Lo acompaña un generoso prólogo de Marco Martos, hecho al son de la amistad.


sábado, 27 de julio de 2024

"QUELOIDE", DE CARLA GARCÍA

ES un trabajo juvenil, de alguien que comunica sentimientos muy personales. Se llama “Queloide” porque es el nombre de su blog. Los relatos más destacados los ha publicado aquí. ¿Y qué significa queloide? Una cicatriz engrosada. Parece que Carla García, la autora, ha querido dar a entender que hay marcas en la vida que, muy a nuestro pesar, persistirán en el tiempo. Pero a qué vienen estas líneas. Vienen a que un enjambre de personas, que le tienen tirria a la hija de Alan García, comentan negativamente acerca de su opera prima sin haberla leído. Afortunadamente no son críticos literarios porque anularían, como las hermanastras envidiosas de la Cenicienta, a toda aquel que ose tomar una pluma. Esta última reflexión me lleva a recordar la oportunidad en que un jovencísimo Mario Vargas Llosa leyó un cuento en una peña literaria colmada de intelectuales y relumbrones de nuestro muy reducido ambiente cultural. Cuando terminó hubo un silencio total y todos siguieron con lo que estaban haciendo. Al rato, un crítico literario de la época señaló su texto con desprecio. El joven Vargas Llosa rompió el cuento en su casa y prometió nunca más exponerse a ese tipo de situaciones. Felizmente no fue más lejos y no renunció a su vocación literaria. A tenor de los comentarios sobre “Queloide” se puede colegir que muchos de los que cuestionan a García, lo hacen por razones políticas (por allí no falta la mención del padre suicida y su participación en Willax, el canal que más odia la izquierda peruana). Esas son sus razones de peso para objetarla; extraliterarias, por supuesto. En cuanto al texto, no es de mayor envergadura. Tal vez alguna que otra línea bien acicalada, no más; pero que no es un pretexto para que la hayan maltratado.

viernes, 19 de julio de 2024

EL TIEMPO Y LA PLUMA

LO PRIMERO que me llamó la atención del libro de Miguel Ángel Cavero (hecho en tándem con Víctor Salazar Yerén) fue el manejo de las fuentes sobre la historia de Chincha. Eran muy rebuscadas. «Acá hay investigación», pensé. Me preguntaba el tiempo invertido y la inmersión en documentos, aburridos para otros (pero para quien ejerce la crítica, no), extraños, inubicables. Me imaginaba a Cavero y Salazar buscando en las hemerotecas, rescatando los textos, discriminando, pasándolos por un cernidor, este sí, este no, con el ojo clínico del que cata el valor de lo que tiene entre sus manos. La selección de los siglos XVI, XIX y XX muy precisas, como extraída con pinzas. «Por fin, Miguel Ángel –dije en mis adentros– ha publicado algo de peso». Después, me detuve en el detalle de los dibujos y las fotos que acompañan cada texto. «Acá hay cierta orfebrería», sopesé. Cavero, en una anterior oportunidad, había hecho un esfuerzo de recopilar unos relatos inéditos de Castellanos, amigo de Ribeyro. Empero, era un ejercicio iniciático. Después de todo, no era su voz la rescatada, sino la de otro. Acá sí se le escucha en el prólogo, que es la sobremesa que adelanta lo que se viene en las páginas que siguen. Cavero no es historiador, es un estudioso de la literatura (sabemos de su cercanía al desaparecido escritor Oswaldo Reynoso, a quien le está dedicando una tesis); tiene como influencia a Raúl Porras Barrenechea, que le marcó la Cruz del Sur en su navegación documental. El Tiempo y la Pluma (Horfanda Ediciones, 2023) ha sido destacada por historiadores como Augusto Lostaunau, por el rescate de la historia regional de Chincha. Cavero ha puesto una piedra fundacional. Ya vendrán otros estudios que se asienten sobre lo que él y Salazar, su compañero de aventuras, han hecho.


sábado, 11 de mayo de 2024

LOS ZARPAZOS DEL PUMA

ESTE es un libro increíble. Un libro de verdadera investigación periodística. He leído el primer capítulo y me he quedado maravillado. La periodista chilena Patricia Verdugo en setiembre de 1989 publica este libro que revela uno de los pasajes más oscuros que se dieron tras los sucesos del 11 de setiembre de 1973: el de la llamada Caravana de la muerte. En el capítulo leído figura la extraña muerte del coronel Renato Cantuarias, encargado de resguardar a la familia de Pinochet en caso de que fallara el golpe. La periodista Verdugo recuerda al general Arellano Stark, el hombre del golpe militar, habla con los protagonistas del asalto a La Moneda, de la incertidumbre que tenían respecto a la posición de Pinochet y de si se iba a alinear al plan que ya estaba en marcha para retirar a Allende del poder. Verdugo reconstruye los hechos y conversa con testigos, reivindica el periodismo de investigación, una modalidad viciada en el Perú debido a intereses políticos de grupo que lo han invadido. Un libro que se debe leer como parte de un hecho histórico y que no debe ir en desmedro de la lectura de otros que proporcionen una visión de conjunto de ese momento.

viernes, 12 de abril de 2024

LA GRAN USURPACIÓN

ME CAÍA muy mal Omar Chehade, exvicepresidente de Humala, pensaba que era un traidor por salir a atacar al expresidente y a su mujer, la señora Heredia, cuando el viento corría en contra de ellos. Pero luego de leer su libro La gran usurpación y atender sus descargos respecto al caso en que estuvo involucrado –el que lo llevó a renunciar al cargo de segundo vicepresidente–, y conocer las revelaciones en relación al manejo del despacho presidencial, mi percepción ha cambiado. No se trata, por si acaso, de una cuestión de género, de que se trata de perjudicar a la señora Heredia, de que hay un machismo soterrado, de que se le quiere negar un bien ganado protagonismo. Se trata simplemente de conocer lo que ocurrió entre los años 2011-2016 en el Palacio de Pizarro, y de quién, realmente, ejerció el poder. Es verdad que lo de Chehade es un testimonio de parte y que falta conocer la versión de Nadine Heredia. Sin embargo, a la luz de lo leído en el libro, uno puede establecer como conclusión preliminar que la señora Heredia se entrometió en decisiones importantes relacionadas al mandato que recibió su esposo por elección popular, y que indebidamente influenció sobre él en otras provocando con su participación –que rebasaba las de Primera Dama– una serie de inconvenientes que incidieron, incluso, en el abandono de una serie de parlamentarios de las filas del nacionalismo, debilitando así al gobierno y amenazando, de paso, la gobernabilidad del país en el quinquenio pasado. Nadine Heredia no fue elegida para ejercer función alguna, pero, en la práctica, de acuerdo a la versión de Chehade, ella era la que gobernaba. Resulta patético leer en una determinada situación narrada por Chehade, ver cómo el presidente Humala se tomaba el rostro sin saber qué decidir, lamentándose que la señora Heredia –que estaba de viaje– no estuviera allí. Elegimos a un mandatario, no a una marioneta. Chehade en este libro trata de lavar su imagen, bastante deteriorada en un momento. Al parecer lo logra, pero con todo queda el sinsabor de conocer que a pesar de que la pareja Humala-Heredia le bajó el dedo, siguió colaborando con ellos, y solo casi al final del mandato de Humala logró desmarcarse para manifestar una abierta oposición. Eso se ve como un calculado oportunismo. De cualquier forma, su libro es una contribución, desde el lado de las memorias políticas, para conocer una parte reciente de la historia del Perú, esa que los políticos nos ocultan y que los periodistas no logran desentrañar.

Lima, 19 de noviembre del 2016

Crédito de la imagen: Librerías San Francisco


jueves, 21 de marzo de 2024

UNA TESIS SOBRE YEROVI

HAY tesis que se convierten en libros como esta de Paulo Piaggi sobre el destacado dramaturgo Leonidas Yerovi, o como la que no muy recientemente ha llegado a mis manos, de César Nureña (La argolla peruana, 2021), que, más adelante, será motivo de otra recensión. Tesis como la de Arguedas y las comunidades de España y el Perú o la juvenil de Vargas Llosa sobre Rubén Darío, que antecede a la madura sustentada en la Universidad Complutense (García Márquez. Historia de un deicidio, 1971), han dado un salto de los claustros a la publicación masiva.

Piaggi ha hecho un estudio meticuloso de Yerovi, ha dialogado y observado a los críticos que, antes que él, lo han auscultado, y ha arriesgado un criterio propio.

(Hay un dato curioso que suelta el autor: tanto Yerovi como Chocano, estudiado por Luis Alberto Sánchez, fueron asesinados por chilenos.)

De otro lado, exhibe en su trabajo un conocimiento de las fuentes que alimentan su investigación. Las examina y corrige. Llega el autor al punto de discutir la inclusión de Yerovi en la tradición modernista, señalando con precisión qué parte responde a ella y cuál, no. Afirma: «…considero que debemos leer a Yerovi como un modernista menor, ya que la complejidad de su obra así lo requiere».

De igual forma, replica al crítico Fabio Xammar que inscribe a Yerovi, por simpatías políticas, dentro de una concepción ideológica, reproduciendo con tino, para su refutación, un poema donde se lee claramente el rechazo del vate por la forma como se manifiestan a pedradas los jornaleros socialistas en el Callao, y se llama, precisamente, “Socialismo”.

Explica, por otra parte, las razones por las cuales Yerovi ha sido insertado en ciertas antologías, como la de Tamayo Vargas (por ser en la selección de poemas más modernista que en otras).

Concluye, asimismo, que si “Leonidas Yerovi debe posicionarse dentro del canon de la literatura peruana es en el teatro”.

Piaggi tiene una notable versación sobre su tema de investigación; navega en las disquisiciones de los críticos que revisa, hace precisiones y se mete en medio, como una cuña, en sus argumentos.

En suma, Explicando el chiste. Técnicas de la comedia de Leonidas Yerovi (Editora Paradiso, 2020) nos habla de un crítico en ciernes que, en esta su opera prima, se presenta con buen pie en la comunidad literaria de la cual forma parte.

Por último, muy acertado el criterio de los editores en publicarla. Han hecho un buen trabajo.


Crédito de la foto (retocada): Librería El Rocinante


domingo, 10 de marzo de 2024

40 MICRORRELATOS COVIDIANOS

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, es el cuento más célebre de Augusto Monterroso. No cabe más que en una sola línea. Raymond Carver es otro ejemplo, con el minimalismo, de la economía de las palabras. Esas oportunas afeitadas en sus relatos para que las elipsis hagan efecto, convocan la participación del lector. El haiku es otro modelo de brevedad. Borges apostaba por ella. Cuando le preguntaron qué opinaba de Cien años de soledad, respondió sarcásticamente que le sobraban cincuenta años, ¿no? Arreola es uno de los maestros del relato corto (ver Confabulario personal). Concisión, precisión e impacto figuran en su escudo de armas. Separar la paja del trigo, eso es el microrrelato. Becerra ha hecho suyo este axioma en sus 40 microrrelatos covidianos. Forzado al encierro por la pandemia se puso manos a la obra y dio forma letrada a ciertos acontecimientos que hirieron por esas fechas nuestra vida cotidiana. La impronta poética se deja sentir en sus sentencias. Lo inesperado, lo absurdo y la existencia cortada por la presencia invisible de un microbicho están allí. El autor ha tenido el ojo clínico para encapsular esos momentos claves. 40 microrrelatos es fruto de la madurez. La manzana tenía que caer ya para cumplir con la ley de la gravedad de Newton. Eureka.

40 microrrelatos covidianos

Hernán Becerra Salazar

Grupo Editorial Caja Negra

2021

martes, 16 de enero de 2024

UNA REFLEXIÓN SOBRE LA CUMBIA Y SU ACEPTACIÓN EN LA SOCIEDAD PERUANA

Introducción

La cumbia es uno de los fenómenos que ha revolucionado ciertos espacios de consumo musical en el país. Desde Agua Bella hasta –si nos remontamos a un par de décadas atrás– Ana Kholer y el grupo Euforia, Rosy War y Ada Chura, la cumbia ha sabido ingresar a todos los estratos sociales del país. Antes de esto, las radios nacionales colocaban mayormente en su programación baladas y rock en inglés. Muchos años atrás el concurso La más más de Radio Panamericana encumbraba en los primeros lugares música foránea. La incursión de la cumbia puede considerarse como la valorización de un género que recoge sonidos nacionales y extranjeros. En la capital, una de sus variantes, la “chicha”, ha sido vista con desprecio por su asociación con lo informal y, en muchos casos, lo marginal. Las siguientes líneas tratan sobre este género musical e intenta explicar el por qué se baila mayoritariamente en diferentes sectores de nuestra sociedad.


Tongo y la “pituca”

¿Por qué la mayor parte de los peruanos, de acuerdo al sondeo de opinión de GFK (2017) referido al gusto musical de los peruanos, baila la cumbia (aunque su mayor preferencia sea la salsa)? Hay que intentar algunas aproximaciones. Hace algunos años Tongo, el popular músico del distrito limeño de El Agustino fue invitado al exclusivo balneario de Asia, lugar de veraneo de los ricos de la capital. A Tongo lo recibieron auspiciosamente y, hasta incluso, tocaron una de sus canciones que más sonaba en ese momento, “Tengo una pituca”, que aludía, precisamente, a ese estrato social. Esa participación del músico en estos espacios sociales, fue una concesión voluntaria de los sectores A/B quienes, posiblemente, lo veían no en tono de respeto sino de mofa. 

Para tratar de dar una idea sobre el punto, quisiéramos recordar la anécdota narrada por Vargas Llosa en Contra Viento y Marea (1962-1982) donde se rememora un relato de la escritora Isak Dinesen, quien decía que “las aristócratas danesas del siglo XVIII solían llevar monos importados del África a sus fiestas, para saciar su sed de exotismo y porque, comparándose con esos peludos saltarines, se sentían más bellas”. Podría alguien exaltarse con esta comparación –que, por supuesto, no tiene la intención de maltratar la imagen de Tongo–, pero puede resultar útil para exponer una percepción: el cantante de “Sufre peruano sufre” hacía sentir hermosos a los concurrentes a Asia. 

Por otra parte, uno podría legítimamente interrogarse, si la misma invitación hubiera sido cursada a Tongo para que cante en el Club Nacional, donde solo entran los que ostentan poder económico (las mujeres se exhiben con vestidos largos de lujo hechos en las mejores tiendas de vestir; y los hombres en un terno de marca reconocida). Tongo, evidentemente, no habría ingresado, pues no exhibe ningún blasón de nobleza, ni vestimenta ni estilo de vida suntuoso que lo acompañe. Su estética es otra; es la del pueblo, la cual se ve reflejada en su atuendo –una corbata y un terno de colores chillones, color pastel–. Visto esto así, la razón por la que fue recibido por sus jóvenes anfitriones de Asia, se debe, probablemente, a que los sectores A/B tuvieron curiosidad (sazonado de diversión) por verlo; porque, en el fondo, su sentimiento es semejante al que siente Lorena Tudela Loveday (La China Tudela), personaje de Rafo León que reproduce las costumbres, modas, excentricidades y el inconsciente de los sectores sociales acomodados del país.


Tongo por más que hubiera pisado –y se ufanaba de ello– un espacio simbólico de los sectores A/B, no estaba en pie de igualdad con sus jóvenes anfitriones. Las relaciones existentes con ellos son las que podrían tener un dueño de un bar de Asia y un mozo. Hay estructuras sociales adheridas al inconsciente de los individuos. Así, Tongo se queda en Tongo y un Bayly, Brescia o Berckemeyer en lo suyo. Su música –la “chicha”– no iba a ocupar el centro de una actividad importante; era para distraer a los ‘boys’ y para que conozcan qué se consume en la Lima que nunca pisarán (la de El Agustino, Comas o Villa El Salvador).













Los Destellos y la guitarra eléctrica

La cumbia peruana es una fusión de la cumbia colombiana, el rock psicodélico y los ritmos de la costa, la sierra y la selva peruanas, de acuerdo al portal Ipe[1]. Fueron Los Destellos los primeros que introdujeron la guitarra eléctrica en sus presentaciones. Vamos a detenernos un poco en el tema de la guitarra eléctrica, para descifrar el carácter simbólico entre los músicos peruanos de la cumbia. La guitarra eléctrica era tocada en los años veinte por los grupos de jazz en EE.UU. El jazz es una música que tiene como origen la llegada de los esclavos del África al sur de ese país. Los esclavos eran víctimas de sinnúmero de abusos y explotación. Eran parte de los bienes de sus dueños. La esclavitud se mantenía porque se encontraba entretejida en el sistema económico estadounidense. De allí que fuera el punto central del conflicto en la Guerra de Secesión. Los primeros sonidos musicales de los esclavos negros –que reflejaban la melancolía y el dolor de su situación– derivaron en su evolución en el blues y, al final, en el sofisticado jazz. El jazz parte de abajo y consigue elevación porque los sectores altos de la sociedad lo incorporan a su repertorio, y en su afán de estilización, inserta nuevos instrumentos para hacerlo más cercano a sus gustos musicales. La guitarra eléctrica fue un símbolo de rebeldía en los sectores acomodados de la juventud norteamericana. Su sonido fuerte sobresalía por encima de otros instrumentos que acompañaban a las bandas musicales. La guitarra eléctrica era el instrumento musical que acompañó a Elvis Presley, quien solía interpretar canciones afroamericanas.

La guitarra eléctrica, que es incorporada en las perfomances musicales de Los Destellos en sus inicios, recoge el aire de rebeldía que la caracterizaba; pero, al mismo tiempo, significa la reapropiación, para el gusto popular peruano, de un instrumento que, seguramente, consideraban modernizador. La guitarra eléctrica es una apropiación simbólica de una tradición rupturista, contestataría, en otra sociedad, a través de su juventud.












Los gustos de A, B, C y su opuesto

El campo musical en el que, en apariencia, se mueve los sectores A/B es el de ciertos programas de música clásica como Filarmonía, música dirigida para ese sector cultivado en este género. Y el campo musical de los sectores D y E es el de la llamada despectivamente “chicha” (variante pobre de la cumbia). Dos campos que tienen sus propios actores. Mientras una señora de La Molina, formada en una high school de la capital, tiene una formación musical en Brahms o Verdi, la empleada lo tiene en Chacalón y la nueva crema, que escucha a ocultas, y a muy bajo volumen. Los gustos de los sectores acomodados del país están relacionados a los espacios sociales en que se desplazan (El Club Nacional, el Law Tennis o el Club Regatas). Entonces, ¿cómo se debe entender la preferencia mayoritaria de los peruanos por la cumbia y la salsa en los sectores A, B y C (según la encuesta de GFK que no mide el consumo de música clásica)? El gusto del consumidor de “chicha”, derivado de la cumbia, por ejemplo, es distinto. Gusta de ropa que imita los grandes productos de marca y de colores encendidos, hace uso de la replana o jerga para comunicarse y, en algunos casos, en voz alta y chillona para llamar la atención. La procedencia de este consumidor es la de los cerros de El Agustino, San Cosme, Collique y la Pascana, por dar algunos nombres de lugares de manera arbitraria, y sus espacios de socialización, por lo general, son los conciertos de la carretera central. En ellos encuentra la aprobación social que busca. 

Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿cómo la cumbia ha podido situarse mayoritariamente en el gusto de los peruanos? La respuesta, tal vez, puede hallarse en la resistencia simbólica que ha hecho la cultura popular desde la cumbia, y esta, en algún momento de su expansión por las ciudades, a través de la radio u otros medios de comunicación como la televisión, fue venciendo las barreras de la discriminación, para, poco a poco, imponerse en el imaginario sonoro de diversos sectores, que antes la postergaban y que fue, sin proponérselo, asimilando los sonidos de los arreglos y fusiones de la cumbia peruana.


Una entrevista

Yuliana H. (hemos cambiado su nombre para fines de nuestro trabajo) es una mujer de 40 años que vive en San Juan de Miraflores. Ella es una actriz que ha participado en varias películas nacionales. Vivió fuera del país por varios años y tiene dos hijos, frutos de una relación con un noruego. Cuando la interrogo sobre el tipo de música que escucha, me dice que suele oír música romántica (“Me gusta Leo Dan porque a mi mamá le gustaba y a mí me ha quedado un poquito”), música europea (Roxeanne Hazes y Marlous, dos cantantes holandesas), rock en español y a Vicentico, un cantante y compositor argentino, y ex integrante de la banda Los Fabulosos Cadillacs. “¿Y la cumbia? ¿Qué te parece la cumbia?”, pregunto. Se ríe y me dice que le gusta escucharla cuando está en una pollada, o en una fiesta (a las que no va muy seguido porque prefiere quedarse en casa) o cuando está haciendo la limpieza. Con esta última respuesta, uno puede deducir que, en el fondo, ella reduce el consumo de cumbia, a labores domésticas (la casa, donde nadie te ve o escucha) y a espacios de cierta relevancia social (“polladas”). Pero para su consumo musical personal opta, largamente, por ritmos extranjeros con los cuales se siente identificada (“Porque me trae recuerdos”). No obstante, cuando escucha a las cantantes de su preferencia, Marlous y Hazes, cuyos ritmos recuerdan, por lo menos en el primer caso, al de Shakira, uno puede darse cuenta que, aunque ella no lo perciba, se encuentran aún, posiblemente, instalados en su mente los ritmos que marcan su entorno social; esto es, la cumbia, a la cual no desprecia, pero sí pone en un segundo orden de su consumo musical.

A modo de colofón

La cumbia peruana, cuya variante “chicha” ha tenido destacados exponentes como Lorenzo Palacios, “Chacalón”, se ha convertido en un elemento de unificación. Los sonidos venidos de la costa norte, la Amazonía y el Valle del Mantaro han hecho un caldo de fusión sonora. Luis Alberto Sánchez, en la polémica del indigenismo con José Carlos Mariátegui, a diferencia de este apostaba por el mestizaje como el futuro de la identidad peruana. Toño Azpilcueta, personaje de la última novela de Vargas Llosa, Le dedico mi silencio, sueña de manera quijotesca con unir a los peruanos en torno al vals. Miguel Laura, un estudioso de los últimos tiempos, describe la cumbia como “unificadora, diversa, vital, bella, desde su nacimiento”. La cumbia parece pues la encargada de hacer esa tarea. Enrique Delgado, Wilindoro Cacique, Agua Marina y otros son los precursores de un ritmo que ha calado hondamente entre los peruanos de diversos sectores sociales a los que le están proporcionando unidad, unidad que nos es negada en otros temas y nos divide.


 

sábado, 8 de julio de 2023

UCHURACCAY. EL PUEBLO DONDE MORÍAN LOS QUE LLEGABAN A PIE

CUANDO Víctor Tipe hizo uso de la palabra hubo un absoluto silencio. El auditorio estaba colmado de invitados, periodistas y curiosos. Minutos antes había hablado el periodista José María Salcedo. El “Chema” se refirió a él y al libro que había escrito con su hermano Jaime, en términos muy elogiosos. Recordó en algún instante su propio libro, Las tumbas de Uchuraccay, pero la fiesta era de los hermanos Tipe. Para ellos era la culminación de una larga caminata que habían iniciado dos años atrás. ¿Habían participado miembros del ejército en la masacre de ocho periodistas en las alturas de Uchuraccay? ¿Treinta dos años después se podía saber ya la verdad? Cuando el mayor de los Tipe inició su alocución señaló, luego de una impactante presentación en pantalla gigante del tráiler del libro, que la investigación había sido financiada con recursos propios, que habían logrado entrevistar a los protagonistas de la masacre, que habían recorrido la misma ruta de los periodistas antes de encontrar su trágico final, que habían iniciado sus pesquisas pensando que los militares estuvieron involucrados en la matanza, que querían contribuir con la búsqueda de la verdad y que lo que habían encontrado a algunos no les iba a gustar.

 

Uchuraccay. El pueblo donde morían los que llegaban a pie (G7 Editores) reconstruye la matanza de ocho periodistas y su guía en las alturas de Uchuraccay. Recuerda, por su enfoque desde diferentes ángulos, la película Rashomon del realizador Kurosawa, quien, utilizando la declaración de los testigos, recrea los detalles del asesinato de un samurai. Es una técnica vista en escritores como William Faulkner en Sartoris y Luz de Agosto –a Ryunosuke Akutagawa, cuyo relato inspira el film de Kurosawa, lo comparan, por cierto, con Faulkner– e introduce al lector en la piel de los personajes, corroborando o descartando, alternadamente, una tesis. En el caso del libro de los hermanos Tipe confirma un hecho irrefutable: que los campesinos que participaron de la muerte de los ocho periodistas fueron los responsables directos y que no hubo ningún personaje ajeno a la comunidad que los dirigiera.

 

La página 130 de Uchuraccay. El pueblo… transporta al lector directamente al centro de la masacre. Allí se puede leer cómo el “gordo” Sedano, presuroso por calmar a los comuneros que habían bajado hostiles de las alturas de Uchuraccay, abre su maletín para mostrar su cámara fotográfica. Nervioso, exclama: “Somos periodistas, no somos terroristas”. Para su desgracia, lo primero que saltó a la vista fue el paño de color rojo que la envolvía. Ese era el color de la gente de Sendero Luminoso, el enemigo que venía por tierra como les había instruido el ejército. “Acá está su bandera. Son terrucos”, expresó en voz alta Irineo Ramos Huamán, uno de los más agresivos, cuando la vio. “Muere terruco”, y le asestó el primer golpe en la cabeza con la honda que tenía en la mano. Fue el primero que inició la masacre.

 

La sorpresa de la noche fue cuando Víctor Tipe contó que quien había difundido la especie de que en la matanza de los periodistas hubo participación de un militar infiltrado, era Juana Lidia Argumedo, la hermana de Juan Argumedo, el guía asesinado. Juana Argumedo había resultado ser senderista. Los comuneros entrevistados para el libro la habían delatado. Ella había participado por esos años en una columna senderista. Esa fue una dolorosa verdad para la familia Argumedo, en especial para Rosa Luz, la hija de Juan, allí presente, quien quería saber lo que había sucedido con su padre. ¿Se podía creer en una versión interesada propalada por una senderista? Con su divulgación se retrasó el esclarecimiento del caso. En el auditorio hubo un silencio total. Durante décadas se había creído que el ejército tuvo que ver con la matanza; que los periodistas habían sido asesinados porque iban a revelar una verdad que los militares no querían que se sepa

 

Al primero que mataron fue al “gordo” Jorge Sedano. Irineo Ramos descargó sobre la cabeza de Sedano la fuerza de su honda con una o dos piedras en la punta, luego que el fotógrafo de La República abriera su maleta y saliera un reluciente trapo rojo de su interior. “Muere, terruco de mierda”, le espetó. Ramos Huamán no entendía que ese trapo no era ninguna bandera terrorista como creía, sino un paño con el que el periodista cubrió su cámara fotográfica. El resto de periodistas reaccionó y salió en defensa de su compañero herido. En ese momento la violencia estalló. A Willy Retto, quien discretamente estuvo tomando fotos haciendo click a la altura de su pecho, le cayó una piedra. La última toma fue la de un conjunto de ellas y estaba borrosa. La hizo, con seguridad, cuando estaba caído. A los dos periodistas que salieron a defender a Sedano, y enfrentaron a golpes a los agresores, simplemente los masacraron. Los comuneros estaban ebrios. No tuvieron compasión. De nada sirvieron los primeros ruegos. Estaban seguros que eran “terroristas” y que “papá” gobierno los iba a exonerar de cualquier culpa.

 

A tres periodistas los rodearon y golpearon con piedras y palos hasta acabar con sus vidas. El final del último –el más joven, según el testimonio de Rufino Figueroa (¿acaso Jorge Luis Mendivil?)– fue terrible. En los momentos que se disponía a cruzar el río Uchuraccay para escapar de sus agresores, recibió el impacto de una piedra que lo tumbó. Clamó por ayuda, pero fue inútil. Dos comuneros lo remataron con un tremendo golpe de piedra en la cabeza. Su cuerpo quedó sumergido en las aguas heladas de un riachuelo, cuentan los hermanos Tipe.

 

Epílogo

Los campesinos que ultimaron a los ocho periodistas y al guía estaban seguros que eran terroristas.

Muchos se preguntan hasta ahora por qué emplearon tanta vesania al hacerlo.

(2014)

 

 

 

ASOCIACIÓN ILÍCITA

ES único en su género. Llama fuertemente el entramado el intercalado de citas en la redacción de los perfiles, la minuciosidad del autor en ...