RESULTA extraño que Una pasión crónica, el libro de Eloy Jáuregui, no sea un manual obligado de consulta para los estudiantes de periodismo. Yo tengo una hipótesis: los profesores de periodismo no leen, y como no leen, o desconocen su existencia, no lo tienen como referencia. Es el mismo caso de Víctor Hurtado, su libro Pago de Letras (1998, 2004), que debería servir de modelo para los que buscan una prosa en la que se funden la literatura y el periodismo, es poco mencionado. (Ya no hablemos de Otras disquisiciones (2023), extensión de Pago y su libro mayor –ahora en dos volúmenes, publicado por Artífice–, parece estar condenado a ser solo abierto por espíritus selectos, cultivados en el Renacimiento.) En la lista del olvido también podemos encontrar a Manuel Jesús Orbegozo, cuyo libro, MJO. Testigo de su tiempo, que muestra los secretos del oficio, goza del poco codiciado privilegio de la inexistencia en la mente de los estudiantes. Claro, si el docente, que es quien debe orientarlos no lee, menos lo va a hacer el pupilo. Y hablamos de los peruanos, cómo será con los extranjeros. ¿Habrán leído, al revés y al derecho, Todos los hombres del presidente? ¿Les suena Jon Lee Anderson y Oppenheimer? ¿Vargas Llosa y García Márquez en sus notas periodísticas? ¿Leila Guerriero? Pregunto, supongo que sí. Volvamos al libro de Jáuregui. Se nota que es un libro diseñado para un iniciado en estas lides. Lo indican las entradas. La mayoría de ellas remiten a las clases de Jáuregui en la universidad (evocan los “Borges vino a casa”, de Bioy). Va soltando los “tips”, las “pepas”, en cada uno de sus capítulos. (Tengo entendido que el editor, muy amigo del periodista, lo empujó a volcar toda su experiencia de profesor de crónicas y entrevistas, para que no se pierda.) En Jáuregui hay un estilo identificable (se le puede detectar en su Usted es la culpable, quizá su mejor libro), uno de la calle, pendenciero, quimboso, zigzagueante y rumboso, como era él mismo en su barrio de Surquillo. Como la escritura de Ribeyro: tiene un sello de agua (aunque la IA urda ahora estragos entre los escritores). Una pasión crónica debería tener además del subtítulo –Tratado de periodismo literario– otro que diga: Memorias de un periodista en un aula de clase. Porque eso es lo que se observa desde el primer capítulo: la subjetividad del hombre de prensa zambullido en la docencia. Del temor inicial se pasa a la destreza del ducho. Asimismo, la lingüística, su primer amor, le tendió la mano al autor en la puja por explicar el significado y los significantes en la redacción de la prosa periodística con gambetas. Saussure, Bailly y Sapir le sirvieron de “punteros mentirosos”. Finalmente, el libro alterna las lecciones del periodista con crónicas que él mismo escribió y fueron publicadas en diferentes medios escritos de la capital. (Quién más que él para ser su propio modelo.) Un libro que debería estar en el estante de un periodista (y de otros que pretendan serlo).
miércoles, 30 de julio de 2025
domingo, 27 de julio de 2025
EL SITIO DE LA LITERATURA
En cuanto al libro, que enjuicia la relación de los escritores y la política peruana en el siglo XX, podemos decir que no alcanza la agudeza de Sobre el 900, de Luis Loayza. Su enfoque se encuentra en el primer párrafo de la introducción cuando precisa, sin equivoco, que su libro “parte de la noción de que la literatura no es solo los textos mismos, sino también la organización que los produce, los distribuye, los consume, i.e. los permite, y en la cual los textos son un momento no un final.”, es decir, del modo de producción, una categoría marxista, usada por críticos como Ángel Rama, para no desceñir el solipsismo del creador de palabras del contexto socio-económico que lo envuelve. La sensación que causa es similar a la que provocó ver cuando la famosa Mesa de Todas las Sangres, que deprimió a Arguedas, fue invadida por sociólogos. Lauer se asienta en el peso de las ciencias sociales, en Flores Galindo y Quijano, para impregnarle un aire de “cientificidad” al contexto en que se mueven los escritores convocados para el análisis. La literatura aparece sometida por ese peso.
El tercero de sus ensayos ha envejecido: ahora hay literatura de la migración en nuestra narrativa. Incluso, cuando Lauer lo esbozaba, la hubo, sino qué era Arguedas, un migrante de la sierra a la costa, en El zorro de arriba y el zorro de abajo (llamada inicialmente Harina mundo), que miraba con ojos de extrañeza y rechazo el nuevo mundo que lo desbordaba. Es útil (asumiendo la carga ideológica que lo ciñe) para explicar su inexistencia.
En el cuarto, Lauer es sumamente arbitrario. Exuda su inquina ideológica contra Vargas Llosa. Lo hace parte de una “ofensiva articulada y vigorosa del pensamiento reaccionario”, sin contar que el escritor se topó por el camino con la política como una obligación moral con el país, que tuvo un antecedente cuando integró la Comisión Investigadora por los sucesos de Uchuraccay (1983), y como consecuencia de las críticas al acontecer nacional que desarrollaba en sus columnas de opinión. A Vargas Llosa lo invitó Belaunde para ser primer ministro; él no alardeó haber sido “llamado”, por ejemplo, por la dictadura velasquista para colaborar con ella. Tampoco cuadra que diga de él que “defendió intereses particulares frente a algo que un liberal llamaría el interés general de la sociedad” (refiriéndose indudablemente a la oposición del escritor a la estatización del sistema financiero en 1987) cuando hubo empresarios, como Gianflavio Gerborlini, frente a la radicalidad del plan de gobierno del Fredemo, que preferían “los comunistas a Vargas Llosa” (ver El pez agua, 1993, p. 263). Esta última puntualización de Lauer por “el interés general” habría que traducirla como la pervivencia en el pensamiento del crítico de las nacionalizaciones al estilo de Velasco, un dictador militar al cual respaldó.
En el segundo de sus ensayos dedicado a Luis Alberto Sánchez y su Literatura Peruana lamenta (mejor dicho, exige) que no se perciba en la citada obra una teoría literaria como marco de las reflexiones acerca de autores y libros, y que se desvíe a lo biográfico. De los cuatro trabajos presentados, este es el más versado y el que tiene una prosa más suelta y menos contaminada por lo sociológico (aunque la apuesta del crítico, hay que recordarlo, fue por ese lado).
Con todo, El
sitio de la literatura (1989) suscita variadas reflexiones a partir de cuatro
instantáneas de la literatura en el Perú del siglo pasado. Permite, además, contar
con el enfoque (marxista, sí; lo cual no es pecado grave) de un intelectual que
ha tenido una importante presencia en nuestro quehacer cultural.
martes, 22 de julio de 2025
LA CIUDAD ACORRALADA
Asimismo, la entrevista a Iparraguirre da cuenta de ese proceso del cual surge la figura de Abimael Guzmán como encargado de la reconstitución del partido fundado por Mariátegui. Saturnino Paredes aparece en el trayecto como el personaje inicuo que tipifica al gobierno de Velasco de “reformista-nacionalista”, mientras el resto de sus camaradas del PC-Bandera lo tildaba de “fascista y corporativo”. La expulsión resolvió esta y otras disensiones ideológicas.
Este capítulo recuerda una idea errónea de SL: que había encontrado el “equilibrio estratégico” y que estaba cerca de tomar el poder. Eso estaba muy lejos de ser cierto.
Por esas fechas, finales de los ochenta e inicios de los noventa, si es cierto que alimentaban esa percepción con el incremento de atentados terroristas –que alcanzaron su punto de clímax en la capital con el atentado de Tarata en el centro de Miraflores–, los seguidores militarizados de Guzmán eran duramente golpeados por el accionar de las Fuerzas Armadas en los Andes. Incluso se cree que, debido a esto último, el autodenominado Presidente Gonzalo traslada el escenario de la guerra popular a la capital, lo cual, a la postre, significó su derrota total debido a la desconexión que existía entre la realidad y la ilusión de una victoria revolucionaria.
En cuanto a la metodología empleada podemos notar que el autor emplea la técnica de la entrevista y como instrumento un cuestionario de 41 preguntas de carácter abierto. Eso nos advierte del enfoque cualitativo que opta para su investigación, el cual le permite analizar la subjetividad del entrevistado y encontrar patrones para explicar su ingreso a Sendero.
El capítulo 3 es el más denso, es el que contiene el núcleo de la investigación con la transcripción comentada de las entrevistas. Abarca casi la mitad del trabajo.
En las primeras entrevistas se puede leer que Sendero canaliza la rebeldía de los jóvenes y su anhelo de justicia. La idea de pertenecer a un movimiento que buscaba la transformación social los atraía, el propósito de trascender, de formar parte de una historia mayor era seductor. También se puede apreciar que la pertenencia a un entorno familiar donde tíos universitarios había tenido militancia de izquierda y les daban discursos en el sentido de hacer la revolución, los preparó mentalmente para cuando les tocó ingresar a la organización senderista. (El autor habla de adoctrinamiento en una parte cuando comenta un testimonio.) Pero cuando se incorporaron a SL y les informaron a esos familiares, que involuntariamente incidieron en su decisión, estos hicieron reparos.
De otro lado, la tesis demuestra que en los años ochenta y noventa Sendero hacía trabajo político en las universidades públicas (entre ellas, San Marcos), captando estudiantes, quienes escalaban en la organización, primero, como simpatizantes hasta alcanzar la categoría de combatientes.
Asimismo, Dynnik glosa un curioso artículo publicado por el periodista Gustavo Gorriti en The New York Times, en agosto de 1992, donde se plantea que “el PCP-SL era un fundamentalismo antidemocrático y cuyo crecimiento se gestó bajo el autoritarismo de Fujimori” (Nota 84, p. 147).
(Gorriti debe referirse a las políticas de mercado implementadas durante el primer gobierno de Fujimori, rechazadas por la izquierda debido a que, a su juicio, habían incrementado las condiciones de pobreza de la población, el caldo de cultivo de la subversión.)
Al siguiente mes, el 12 de setiembre, Abimael Guzmán es capturado. La ciudad acorralada (IEP, 2021) es un libro que genera reflexiones sobre el tema de violencia. Se ha asegurado un lugar en los estudios del fenómeno senderista.
domingo, 29 de junio de 2025
HECHOS Y OPINIONES ACERCA DE LA MUJER
LA última vez
me quiso dar con un rodillo de cocina porque dije una barbaridad y otras cosas
más sobre las mujeres. Por eso, este libro, me la recuerda, me recuerda a
Eliana. Pero, si se habla de barbaridades, Marco Aurelio Denegri, las tiene a
raudales. ¿Cómo es eso de tetófilo o filotetales (amante de las tetas)? Ignorante
del uso tan acertado del prefijo que refiere a las protuberancias que penden
en el pecho de una mujer, y que el macho alfa mira con deseo y lujuria cuando
las ve pasar generosas por la calle, ahora sé que existe la palabra, gracias al
libro de Denegri, Hechos y opiniones
acerca de la mujer; antes de eso, desconocimiento total.
Hechos y opiniones me recuerda –en el ensayo dedicado a la madre (“Matrifobia”)–
cuando le digo a Eliana que siempre vea a su mamá, porque la sensación de
orfandad te invade cuando ella parte.
(Felizmente,
su mamá es cordial y dialogante. No como las de los ejemplos de Denegri.)
Pero
regresemos a la tetofilia. El neologismo me recuerda un encuentro ocasional con
Sami, una colombiana, que invitaba a que besaran sus senos. Eso le producía el
máximo de goce. Sus labios carnosos y rojos se encarnaban más cuando lo hacía.
Los ofrecía con generosidad, uno por uno. La extasiaba y la dejaba fuera de
control.
En cuanto al
libro, no es uno planeado exprofeso sobre la mujer, sino uno que reúne apuntes,
notas, sobre ella, que recoge de aquí y allá información (eso lo advierte en la
contratapa el autor). En otras palabras, el libro se fue armando solo.
Entre esos
apuntes hay uno que recuerda a Martha Hildebrandt, no porque el autor la
convocara (y bien se sabe su cercanía y diferencias con ella), sino porque
evoca la anécdota que la Dra. Hildebrandt contó en alguna oportunidad sobre
Juan Velasco Alvarado, el dictador militar que gobernó el Perú a fines de los
sesenta e inicios de los setenta.
Velasco, buscando
una persona que dirigiera el Instituto Nacional de Cultura, recibió de Augusto
Salazar Bondy los nombres de tres personalidades para el puesto, y, sin
pensarlo mucho, cuando detectó el de ella exclamó: «¡Este es el hombre que
necesitamos!». Ese es el sentido de la entrada “Es mucho hombre esta mujer”
donde Denegri recuerda el episodio en el que Juana Manuela Gorriti para
reforzar los datos biográficos de Mercedes Cabello de Carbonera convoca a
Ricardo Palma, quien se refirió a Cabello en los términos que dan título a su
nota.
Otro apunte
curioso está relacionado al embadurnamiento del miembro viril masculino con el
jugo de una cebolla para, en el momento de la penetración en la vagina,
ocasionar una erupción de placer en la mujer. Esa curiosidad la toma Denegri
del libro de Gregorio Martínez Canto de
sirena y responde a un consejo que el tío Metreque (así lo llama) proporciona
al escritor de Coyungo, Ica. Martínez convoca al sazonado tío para aderezar
unas líneas sobre cómo sacarle el máximo provecho a la coyunda con una mujer.
Empero, todo
ese conocimiento “topográfico” de Marco Aurelio de las tetas e himen femenino, y
el miembro viril masculino, que exhibe con erudita destreza, sospecho que sea
solo libresco. Quizá haya tenido comercio carnal con prostitutas en el jirón
Huática (que conoció como cuenta en Obscenidad
y Pornografía, en su juventud), pero no nos lo imaginamos en maromas como
Nacho Vidal, el actor porno español.
Denegri es
provocador y disruptivo (como lo era en su programa). Le gusta escandalizar a
las señoras y señores conservadores, esto es, a los cucufatos. Entradas como
“Poto bendito” (o aquel bastante ilustrativo sobre quién, el hombre o la mujer,
debe hacer la inserción del pene en la vagina) dan cuenta de su vocación
desacralizadora.
Pero Hechos y Opiniones no se reduce a las
tetamentas y derrières femeninos, es un trabajo variopinto en los que discurre
cierta erudición del autor sobre la sexología humana.
Por ello, merece
la mirada del lector que quiere conocer mejor la sexualidad femenina. No con el
deleite lujurioso de Memorias de una
pulga –de grata recordación posiblemente para Denegri– o de la Serie Rosa, pero sí para aproximarnos a
la sensibilidad íntima de ellas.
Crédito de la imagen: La Gata Bajo la Lluvia
domingo, 1 de junio de 2025
PUENTE AÉREO
EL libro de
Faverón dignifica lo que debieron ser los blogs cuando proliferaron por el año
dos mil: un espacio ideal para discutir ideas, escribir comentarios de libros o
analizar hechos resaltantes, y no en lo que se convirtieron: un lugar de
chismes, reyertas y golpes bajos. En cambio, Faverón fue uno de los pocos le
dio un trato serio, profesional. Él ya venía de una experiencia periodística en
Somos de El Comercio. Su blog, Puente
Aéreo, la recogió para la blogosfera. Faverón relata que no sabía cómo
hacerlo y que su amigo Daniel Salas, paso a paso, lo orientó. En la primera
parte de las tres que lo componen, el autor coloca una serie de artículos que
tienen como impronta el antifujimorismo. Así tenemos algunos donde se
cuestiona a Keiko Fujimori y la opción política que representa en su
enfrentamiento a Humala en la segunda vuelta del 2011. El escritor repite un tip de la época
que se lanzó contra su padre, Alberto Kenya: que se había robado 6 mil millones
de dólares; tip que nunca fue demostrado y que formó parte de la campaña de
satanización al fujimorismo. Desde esa perspectiva, se puede ver Puente Aéreo como la fotografía de un
momento en el Perú, donde aún se hablaba de la presencia de una reserva moral,
que combatía, con desinfectante en la mano (y lavado de bandera en medio), la
corrupción fujimorista. Esa parte se puede decir que envejeció, si se
toma en cuenta que figuras como Susana Villarán –que integraba dicho conglomerado–
protagonizaron hechos de corrupción. Pero con todo, con las discrepancias del
caso, el esfuerzo por dar espacio a argumentos en el debate político, en medio
de una jungla de repetidores de frases huecas, es loable. En la segunda
sección, correlativo a ese antifujimorismo, Faverón lanza sus dardos contra César
Hildebrandt –a quien presenta como un hombre que no sabe nada de cine–, Marco
Aurelio Denegri –a quien califica solo como un corrector de estilo– y Beto Ortiz
–el “peor escritor de Lima” (aquí hay un exceso; sin intentar caer en el
magister dixit, Martha Hildebrandt, a la que juzga más por su cercanía al
fujimorismo que por su propia obra, le tenía en buena estima por su correcta forma
de hablar)–. Pero no se queda allí, sino que lo apabulla en su interpretación
del relato de César Vallejo, “Paco Yunque” (“Qué pasa cuando uno no entiende
los cuentos para niños”). En este caso tiene la razón porque el cuento de
Vallejo refleja aún esa contradicción que existe entre los que están en la
cúspide y la base de la pirámide social, y es la del abuso del que está en
desventaja. Un cuento ejemplar, sublevante. No se “victimiza a un cholito” como
Ortiz mal entiende. En esta segunda sección, casi finalizando, se destaca las
líneas que dedica a Gastón Acurio. Sí, es cierto, se consulta a Acurio, como si
fuera el oráculo de Delfos, por diversos temas como la política y la economía,
cuando su expertise es la cocina.
Acurio de jurado de un concurso literario, es como si se viera a Bryce Echenique,
el último de nuestros buenos escritores vivos, preparando una pachamanca. En la
tercera sección, dedicada a la literatura, se puede apreciar su interés por
Borges en varios post. Textos de coyuntura, de toma de posición frente al
racismo o lo que considera el autor es necesario defender (por
ejemplo, a su amigo Thays de la horda nacionalista gastronómica que lo quiere
ejecutar por confesar que no le gusta la comida peruana), al alimón con relatos
de gratos descubrimientos bibliográficos, como el del escritor uruguayo Mario
Levrero. Faverón no defrauda; puede caer antipático y pedante de entrada, pero resulta provechoso leerlo.
martes, 13 de mayo de 2025
ASOCIACIÓN ILÍCITA
ES único en su género. Llama fuertemente el entramado el intercalado de citas en la redacción de los perfiles, la minuciosidad del autor en agotar todas las posibilidades de información que se extienden a las notas de pie de página, muy deliciosas, jalando la curiosidad del lector que desea en esa elongación conocer más detalles del asunto que se cuenta en el texto principal. Aguirre ha hecho las veces de arqueólogo textual y ha devuelto a la luz material bibliográfico y periodístico hundido en archivos; ha escarbado en el ciberespacio rescatando de blogs comentarios que ha evaluado e incorporado en el cuerpo mayor del texto y así negarles la indignidad del olvido. Empero, Aguirre cede en sus arrestos. Cede a la moda de los círculos poéticos que tienen a María Emilia Cornejo como un tótem. Participa, aunque ubicado en la asepsia del solo registro, en su desacralización. ¿Fue o no la poeta suicida autora de sus tres poemas (cuyo nacimiento fue reclamado por José Rosas Ribeyro, y tuvo como ocasional partero a Elqui Burgos)? (Las ventajas de la escogencia: si hay que cantar al amor, tenemos a la vista el Cancionero de Petrarca, La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre y La voz a ti debida de Pedro Salinas; más cerca: raptada por lo erótico, Extrasístole y Ad Libitum de Marita Troiano). La estrategia narrativa empleada por Aguirre en sus perfiles, se puede detectar en Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez: esconder al personaje y develar su rostro progresivamente para generar un aire de misterio desde el inicio. Para ese efecto el narrador dosifica la información. La novedad en Asociación Ilícita se puede encontrar en el acápite dedicado a Clemente Palma, el autor intercala citas de diferentes comentaristas y estudiosos de Palma en diferentes épocas. Aguirre es muy minucioso. Cruza información de las lecturas sobre sus biografiados. Aquí se nota una cuidadosa y precisa selección de citas. Presenta a los convocados como si fueran parte de una mesa redonda en torno a la obra de Palma. Los reúne y hace dialogar. El artilugio –que repite y alcanza su mejor desarrollo en el capítulo dedicado a Thorndike– le sirve para hacerlos confluir en un mismo espacio temporal. Una nota picante se encuentra en el acápite dedicado a Alberto Hidalgo. Hidalgo fue el mayor libelista que ha tenido el Perú. Sus escritos hacían delirar de ira a sus enemigos y víctimas. Ni Borges se salvó (lo recuerda en el prólogo de El otro, el mismo, Emecé, 1969). Pero Haya de la Torre fue uno de los blancos preferidos de Hidalgo. Le dedicó frases mordaces, hirientes, sarcásticas, cargadas de insidia y rencor. Aguirre consigna algunas, muy rotundas, pero hay una que nos quedó en la memoria y leímos en un libelo que nos alcanzó un bibliotecario de San Marcos: «A Haya lo pierde el ano». Brutal con el brulote el arequipeño cuando se le subía la nevada y la emprendía a tiros verbales con el desafortunado que se le cruzaba por el camino. Asociación ilícita es también subsidiario de ese intercambio flamígero de opiniones por quítame esas pajas que se suscitaba en los blogs hace veinte años. Peleas bobas que, vistas a la distancia, eran banales pero que sus protagonistas otorgaban importancia y dignidad en el circuito literario limeño. Aguirre se ha alimentado de esas reyertas, en las que el “maleteo” y la chaveta verbal estaban a la orden del día. Por último, en el balance general, los perfiles que presenta son muy parejos, no hay mayores desniveles, ha repartido bien la torta para todos. Todas reflejan parte de las discusiones en las cafeterías y bares de la ciudad, las cuales sirven de las veces como anecdotario para presentar a un autor en la Academia. Evoca –o repite– lo que se conoce de Scorza: un inescrupuloso en el mundo editorial, que, Rodolfo Hinostroza, en Pararrayos de Dios (2012), despacha; recuerda la quema de libros protagonizada por el filósofo-poeta Rubén Quiroz –a quien llaman “El hijito chuqui de Goebbels”–; retrata a poetas esquivas como Blanca Varela, y trae a la memoria a un Guillermo Thorndike que se vendía al mejor postor. Un fresco, una suerte de mosaico de la comidilla literaria de la ciudad, el libro de Aguirre se deja leer entre cervezas, una res de pisco o una copa de vino dependiendo la ocasión. Olé.
viernes, 25 de abril de 2025
LAS FORMAS DE LA PEREZA
HASTA que leí a Héctor Abad Faciolince no entendía bien el por qué algunos escritores jóvenes y vendedores de libros detestaban a Paulo Coelho. Yo atribuía esa aspereza a un asunto de esnobismo, a un sentirse superior sobre un escritor de gran éxito de ventas y con un gran público que consumía sus novelas como como Verónika quiere morir o Brida. En otras palabras, la envidia. Pero no le daba importancia, miraba con el rabillo de los ojos esas conductas que me llevaron, en alguna oportunidad, a leer en una librería del jirón Quilca un letrero que decía: «Aquí no se venden libros de Paulo Coelho». Pues, Abad, en su ensayo “Por qué es tan malo leer a Paulo Coelho” –recogido en su libro Las formas de la pereza– me ha hecho ver las simplezas y los ardides camuflados en la estrategia narrativa de Coelho. Antes de eso tenía cierta condescendencia con este autor brasileño porque, después de todo, podía servir como entrada para lecturas de mayor envergadura, ya que consideraba que era preferible leerlo a hundirse, como el Titanic, en la mediocridad de Misterio. Pero este es uno de los notables ensayos de este periodista y escritor colombiano. Hay otros como el de “Trece tesis sobre periodismo y literatura” donde establece las fronteras entre cada uno de ellos. Para eso apela a la distinción puesta por Aristóteles entre discurso poético y discurso histórico, siendo el segundo cómo sucedieron los hechos y el primero cual debió haber pasado. Abad es de esa estirpe de periodistas culturales que cabalgan entre la literatura y el periodismo. Allí tenemos, como buenos ejemplos, a Tomás Eloy Martínez y Xavi Ayén. Uno de los ensayos más sugestivos es aquel que le dedica a la posmodernidad (“Divertimento sobre la postoscuridad”). Trae de inmediato el recuerdo del libro de Sokal y Bricmont (Imposturas intelectuales), que sacudió a la intelectualidad francesa y cuyos íconos quedaron desnudos frente a la audiencia, a la que quisieron impresionar con sus malas analogías de conceptos científicos. Por fin alguien cercano dice lo que se comenta en algunos corrillos: que toda esa producción escrita en un lenguaje oscuro “es pura basura retórica, indescifrables cortinas de humo escritas en jerga posmodernista, deconstruccionista, lacandeleuzista….”. Y nada describe mejor a estos embusteros que estas líneas: «Deslumbran con palabras y no iluminan con ideas. Se lanzan al neologismo con una glotonería envidiable. Emplean una forma inútilmente complicada para decir banalidades, y lo triste es que hay lectores que confunden la hondura del pensamiento con la dificultad que han tenido para descifrar tal pensamiento». La baratija a cambio del oro del lector desprevenido. Por otra parte, coincido con Abad, en “El devorador de libros”, de que hay una especie de ley que funciona así: para un buen libro hay una mala adaptación cinematográfica; y, viceversa, para uno malo, hay una buena. (Eso está en mi tesis de licenciatura. Permítaseme el publicherry) También en el hecho de que, para iniciarse en la lectura, uno debe empezar con lo que le es cercano. Comenzar con Arguedas y Todas las sangres puede ahuyentar a un escolar de la capital si se le trata de introducir, de frente, en la literatura andina. Hay expresiones en quechua que le podrían generar distancia; en cambio, si se lo hace desde Redoble por Rancas, de Scorza, donde hay una suerte de realismo mágico, o Warma Kuyay (el amor de un niño), del propio Arguedas, podría ganar un lector para ese mundo. De menos a más, in crescendo, es la clave (Ver “Un libro abierto”). El ensayo que remite al nombre del libro, “Las formas de la pereza”, evoca al ocio creativo profesado por los griegos. (Y los romanos que lo entendían solo como un estado para reparar las energías y continuar con el trabajo.) «Para Sócrates –anota– el ocio era el bien superior»; y para Aristóteles, la felicidad. Con un estilo pausado Abad Faciolince nos entrega un puñado de textos exorcizados por su pluma, los que, podemos asegurar, se pueden leer con placer y sin ser asaltados por un insolente bostezo.
lunes, 20 de enero de 2025
LAS MEMORIAS DE UN RECTOR
Es un hombre campechano, de palabras sencillas, nada intelectual. Luis Izquierdo Vázquez proviene de una familia numerosa de la selva que vino a la capital a fines de los años cincuenta, como muchos provincianos, para labrarse un mejor futuro. Sobrino de Francisco Izquierdo Ríos, autor de “El Bagrecico”, relato tierno, y cargado de sabiduría, que aún subyuga la imaginación de los niños. Izquierdo fue rector de San Marcos entre los años 2006 y 2011, en una elección controvertida donde menudearon las denuncias de compra de votos de los estudiantes de la Asamblea Universitaria (se dijo que fue por una bolsa de dinero y un misérrimo cuarto de pollo a la brasa). Empero, no existe una prueba que la confirme sino la voz de los acusadores. En Los dueños de San Marcos, firmado con el seudónimo de Olivier Le Blanc, se expone a la red de operadores que rodearon su gestión. En alguna oportunidad, Martha Hildebrandt, puntillosa y escandalizada, pidió la renuncia del rector Izquierdo debido a la infiltración senderista en la universidad. Izquierdo, cumpliendo con un viejo deseo, ha publicado sus memorias, no al estilo de El pez en el agua que es un ajuste de cuentas. El joven Izquierdo fue un emprendedor que ha sabido aprovechar las oportunidades de la vida. “Nunca me ha faltado dinero en el bolsillo”, afirma con un retintín de vanidad. Izquierdo vio en los estudios la vía por excelencia para avanzar. Usó los conocimientos adquiridos en la universidad para hacerlo y su mujer vio en él una persona dotada para los negocios. Memorias tras una sonrisa (2022) podría ser la prolongación de un capítulo del libro de Daniel Córdova, Los nuevos héroes peruanos (2010). Incluso un ejemplo al vuelo en la saga de El camino del líder de Fischmann. Pero no uno de autoayuda en la línea de la antigua editorial Grijalbo. Tampoco uno al estilo de los Diálogos de Séneca. Es un libro donde hay enseñanzas, como el saber perdonar y no arrastrar rencores, fundamental para el buen vivir. Lo acompaña un generoso prólogo de Marco Martos, hecho al son de la amistad.
UNA PASIÓN CRÓNICA
RESULTA extraño que Una pasión crónica , el libro de Eloy Jáuregui, no sea un manual obligado de consulta para los estudiantes de periodismo...

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FUE PINTADO en los años ochenta cuando los grupos de izquierda en San Marcos tenían la hegemonía política en el campus universitario. Exacta...
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EN EL CENTRO: Mirando a César Lévano. Foto: Ernesto Jiménez Por: Freddy Molina Casusol LOS OCHENTA en San Marcos estuvieron dividido...