domingo, 21 de septiembre de 2025

LA IA, EL FUTURO QUE YA ES HOY

HAY que empezar por una certeza que, tarde o temprano, será una realidad: la IA nos va a pasar por encima. La visión de una superinteligencia artificial, representada en Skynet, en la película Terminator (1984), controlando computadoras y dirigiendo unos misiles contra las ciudades habitadas por sus padres humanos que la habían creado, cuales modernos Prometeo, está allí, tierra a la vista. 

En un inicio los científicos involucrados en la creación de la IA advirtieron de los peligros de su uso. Italia, escuchando el sonido de la sirena, bloqueó temporalmente el uso del Chat GPT. Empero, no se puede tapar el sol con un solo dedo, porque su avance es arrollador; prácticamente los motores de búsqueda han quedado en la obsolescencia a su lado. 

La IA copa todo el espectro de los investigadores. En un triz la información requerida aparece en segundos ahorrándose un tiempo valioso. La IA, por otra parte, puede copiar el estilo de cualquier escritor con solo proporcionarle los datos necesarios (el texto de una novela como modelo). 

Por lo pronto, aunque no hay novelista IA, ya ha aparecido un libro escrito en coautoría con un filósofo inexistente, Jianwei Sun, que es una IA. 

Los docentes de las escuelas y universidades ya tienen serios problemas porque han detectado que la IA les hace la tarea a los estudiantes. Eso es un peligro porque se deja a la inteligencia artificial las funciones de pensar de la inteligencia humana. El proceso cognitivo, el que te hace razonar y estar alerta, deviene en un objeto sin uso, y como tal, en algún momento, dejará de funcionar en los seres humanos, dando a la maquina la potestad que te gobierne. 

Hay ingenuos –Maquiavelo no hubiese podido suprimir una sonrisita de ironía– que piensan que pueden controlar la IA. Eso está muy difícil. (Hace algunos años Facebook tuvo que desactivar un sistema de inteligencia artificial que había creado su propio lenguaje.) La IA va a escapar de las manos del hombre como el huevo de dinosaurio que se abrió a la vida en Jurassic Park

Cada vez más, cumpliendo la profecía de Terminator, la IA aprende lo que es un ser humano; de todos los tipos que lo componen. Ya lo tiene escaneado en sus emociones y pensamientos. La IA es su “psicóloga” y su “resonancia magnética”; ya está conociendo sus puntos débiles y fuertes. La exposición de los seres humanos en su uso, la alimenta y la hace fuerte.


Hace muchos años, en los tiempos de la universidad, una amiga, La Gaba, muy aficionada a los temas de la ciencia –y que comentaba, como yo, con asombro exultante, Los sonámbulos de Arthur Koestler– me decía que, en el futuro, el que estamos viviendo hoy, se pensaba trasladar la mente humana a una computadora, y que esa nueva envoltura, que formaba parte del proceso de evolución, iba a dejar atrás a la especie humana, como el hombre al mono. Eso fue en 1988. En el 2004, la película Yo, robot, basada en el libro de relatos de Isaac Asimov, ya avizoraba el porvenir anunciado por Los supersónicos en los años sesenta, con Sonny, el robot humanoide del film. 

Ya se ha adelantado que la IA va a hacer desaparecer algunas profesiones, la de fotógrafo y periodista, por ejemplo. La IA puede crear imágenes y redactar noticias, basta que le suministren la información necesaria. El peligro, como ya ha sido visto, es que proporcione información falsa y manipule, y la audiencia le crea. Orson Welles, en La guerra de los mundos, dramatizó la llegada de los extraterrestres y cundió el pánico general. Lo que haga la IA, en ese sentido, será como comparar los efectos de la bomba atómica lanzada del Enola Gay con una de hidrógeno muchísimo más potente. 

En El Conde de Montecristo se da cuenta de lo nocivo que puede ser esparcir información falsa. En la novela de Dumas surge cuando en la venganza de Edmundo Dantes contra sus enemigos que complotaron para confinarlo en el Castillo de If, a uno de ellos, Danglars, un banquero, lo engaña con un telegrama falso que llega a sus manos y lo lleva a la ruina. 

La IA, una vez que haya tomado posesión del ciberespacio, puede propalar información para confundir a los humanos y, como en Terminator, precipitar su destrucción. Algunos piensan en su regulación, en su control, para beneficio de la humanidad. Es verdad, puede ser útil para la medicina ofreciendo diagnósticos certeros de un mal. Pero eso es de doble filo, porque, así como los da, está mapeando la estructura fisiológica de los seres humanos.

 

Nosotros también somos máquinas, pero máquinas biológicas listas a ser reemplazadas por otras más eficientes. Parece que robots con piel sintética que simule la humana, con una IA de última generación incorporada, será nuestro reemplazo, a menos que alguien detenga su avance. Si El hombre biónico causaba asombro, Robocop otro tanto, el humanoide de Yo, Robot, perplejidad; una IA así con mayor razón. No necesitará contraparte femenina para reproducirse; ella sola se necesita a sí misma para replicarse, nada más. Adiós abortos e ideología de género. La máquina será neutra, no tendrá conflictos morales para tomar decisiones. Un adelanto de eso se puede ver en Lucy (2014), cuando artificialmente, debido a la ingesta de una droga poderosa, la protagonista, encarnada por Scarlett Johansson, desarrolla al cien por ciento su potencial cerebral (que luego transfiere a un USB) y decide eliminar a un paciente, luego de escanear su cuerpo advirtiendo sus pocas posibilidades de sobrevivencia. El médico que se cree Dios tendrá a la máquina cumpliendo esa misma función. La eugenesia le podrá servir a esta, si considera que le podemos ser aún útiles; de lo contrario, descarte a la vista. 

El panorama puede ser desolador, pero hasta que la IA lo permita, en la sexta generación como hipotéticamente se calcula, la especie humana tiene asegurada su existencia. Luego de eso, como expresaba Borges, probablemente quede el olvido.


EN LAS FRONTERAS DE LA POESÍA

NO soy de poesía. Soy más de narrativa, leer ensayos, novelas, cuentos y relatos cortos. Eso de la métrica y los endecasílabos no va conmigo. Recuerdo al profesor Altamirano que nos enseñaba en el curso de Lengua y Castellano las propiedades de la sinalefa y el hiato. En la entonación de su voz y el esmero que le ponía al conteo de sílabas para los versos de arte mayor, uno podía notar su amor por la poesía. Empero, eso no significa que le quite importancia. (Para desasnarme he encontrado el Breve Tratado de Literatura General, de Luis Alberto Sánchez, publicado por la editorial chilena Ercilla en 1968; hay un capítulo muy instructivo sobre prosa y verso que aborda la ciencia de medir los versos.) Aprecio la poesía de un modo libre, muy intuitivo, casi anárquico. Mis alcances llegan al clásico Veinte poemas de amor  de Neruda, la versificación musical de La Divina Comedia (más en la edición de Alianza Editorial que en la de Edaf), la composición de La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre, los sonetos con el rendido amor de Petrarca por Laura en El cancionero, alguna lectura de Píndaro, una poquedad de Pedro Salinas y los Epigramas de Marcial (todo un deleite para la sátira); digamos poca cosa en comparación con la exhibición impúdica de los cultores modernos. Bueno, todo lo anterior es un pretexto para comentar, muy brevemente, faltaba más, qué atrevimiento, estos ensayos de Marco Martos. Martos, como Sánchez, ha armado un libro para los profanos y entendidos en la materia. La diferencia estriba que uno la degusta y el otro te muestra la estructura. Es un libro que nace del amor por la poesía. En los perfiles de los seleccionados exhibe un uso atildado del lenguaje. Da las claves poéticas de cada una de sus obras. Martos cata un grupo de poetas nacionales representativos y otro de amplio reconocimiento internacional (la mención del libérrimo poeta francés de los lupanares, François Villon, en la descripción de la poesía de Cisneros, me ha sido muy grata). Cada ensayo monda la piel de los poemas de sus colegas, expone su epidermis y obtiene la miel de sus versos. Así tenemos el influjo revelado de Pedro Salinas en la obra de Washington Delgado. En la semblanza de Pablo Guevara recuerda el poema que lo hizo muy conocido, “Mi padre, un zapatero” (Guevara, que fue mi profesor en la universidad, decía de este poema que figuraba en los libros de literatura del colegio, que la gente tenía la idea errada de que su padre era un zapatero; lo decía con la voz pastosa que lo caracterizaba), en los primeros pasos de Alejandro Romualdo encuentra el magisterio de Eielson. Martos considera que hay una tradición que antecede al poeta, quien, a su vez, se vuelve el nexo del que lo sucede (en narrativa, Vargas Llosa, visto por algún estudioso, era un caso singular, pues no respondía a ninguna tradición que lo antecediera; más bien la rompía porque fueron escritores extranjeros, como Faulkner y Flaubert, los que incidieron en su formación). En las fronteras de la poesía (2012) se explora la sensibilidad del juglar, y pone, desde Eguren y Martín Adán hasta Baudelaire y Rimbaud, a disposición del lector los secretos de su poética.


domingo, 14 de septiembre de 2025

EL ORDEN DEL ALEPH

EL autor ha apuntado a un solo cuento de su universo. Ha auscultado al detalle los mecanismos y resortes que componen su relojería. Faverón obliga a que el lector vaya a su biblioteca, saque un volumen de las obras completas de Borges y lea y relea El Aleph para cerciorarse de las claves que él ha desentrañado. El analista Faverón hace lonjas el relato borgiano, contextualiza en la historia de su escritura y ahonda en la génesis de personajes como Beatriz Viterbo. Encuentra las relaciones entre el incesto y la homosexualidad presentes, que van cambiando en el relato borgiano cuando se muda las palabras por otras. Faverón las muestra: antes eran hermanos, Beatriz y Carlos Daneri; ahora resultan ser primos. El crítico, con perspicacia, las ausculta.

(Al respecto: Augusto Monterroso se encarga de desmentir al crítico uruguayo, estudioso y amigo de Borges, Emir Rodríguez Monegal, quien señalaba que El Aleph era una parodia de La Divina Comedia. Aun reconociendo lo ingeniosa que era la asociación, por movimiento de sílabas, de Beatriz Viterbo, la protagonista borgiana, y Beatriz, la amada del poeta Dante Alighieri, Monterroso demuestra, al comparar sus papeles, que no podía ser por sus conductas opuestas. Más bien, encontraba en La Araucana, de Ercilla, a través de una bola de cristal por la cual se podía ver infinitos lugares del mundo, notables coincidencias con El Aleph. Ver diario La República, 25 de octubre de 1987, pp. 28-29.)

Faverón en una entrevista para Lee por gusto cuenta que, en las universidades estadounidenses donde ha ejercido la docencia, ha tenido la oportunidad de estudiar a Borges para los cursos que dictaba. De allí nace El orden del Aleph (2022). Se considera un experto de la obra de Borges –como también de la de Vargas Llosa (a la que se aproximó a los quince años); hay que admitir que no miente. Faverón ha expurgado, esta obra capital de Borges, palmo a palmo, el territorio del relato y lo ha descoyuntado para el lector. Con un conocimiento envidiable ha cogido de aquí y allá otros relatos para sacar a flote el subtexto que estaba sumergido. Así tenemos las referencias a la Biblia, o del contexto histórico de su escritura que coincide con la Segunda Guerra Mundial; además de recoger una idea de Julia Kristeva, en el sentido de que Borges rechazaba al fascismo.

Este último apunte es muy interesante porque tenemos opúsculos, como el de Pedro Orgambide (Borges y su pensamiento político, 1978), en el que Borges es acusado de ser un fascista por su inicial apoyo a Videla y Pinochet. (Era un anarquista, más bien.)

Recuerda el esfuerzo de Faverón el Curso de Literatura Rusa de Nobokov. El crítico Faverón maneja con destreza las lecturas de los cuentos, ensayos y todo tipo de textos que ha visitado Borges y permitan iluminar las hendiduras oscuras de El Aleph. Esa referencia a la inquina del escritor argentino hacia Baltazar Gracián y la reproducción del magistral cuarteto borgiano que deja al autor de El arte de la prudencia como un escritor de poco vuelo, son fabulosas.

Jeremías Gamboa en su novela Contarlo todo hace un retrato del crítico Faverón cuando trabajaba en la revista Somos. Un Faverón adusto, concentrado en la lectura de libros, se daba tiempo para ordenar la edición y luego partir. Muy puntual, preciso, hasta marcial se diría. Esa disciplina en un medio periodístico, le enseñó el significado de la economía de palabras, la misma que se vería trasladada en su trabajo literario. Hay que subrayar que novelistas como Vargas Llosa, García Márquez y Tomás Eloy Martínez han tenido ese paso previo.

Hace muchos años Faverón había expuesto su conocimiento de Borges en su blog Puente Aéreo. En él se puede advertir algunas menciones al escritor argentino entremezcladas en los textos de los artículos. Ese fue el prolegómeno de lo que vendría a ser este trabajo suyo que cataliza sus disquisiciones borgianas.

jueves, 11 de septiembre de 2025

LOS TRES MOSQUETEROS

NINGUNA de las adaptaciones cinematográficas que he visto ha podido capturar todas las peripecias de Athos, Porthos y Aramis, al mando de D’Artagnan. La leí echado en el sofá de mi casa, entre asombrado y divertido por cada nueva aventura, y con la despreocupación del joven que no atiende el futuro y lo ve muy lejano. Las versiones de 1993 y 2011, dirigidas por Stephen Herek y Paul Anderson son bastante buenas, pero aun así no alcanzan la grandiosidad y los laberintos de la novela de Dumas. Hay escenas que no aparecen en las películas nacidas de la adaptación. (El hombre de la máscara de hierro, protagonizada por Leonardo Di Caprio en 1998, es un desprendimiento de El Vizconde de Bragelonne, de Alejandro Dumas, que reúne a los mosqueteros ya maduros en torno al gemelo del rey, Phillipe; pero mucho más impresionante, tal vez porque fue filmada en blanco y negro consiguiendo la intensificación del drama del hombre aprisionado en la máscara, es la versión de 1939, de James Whale.)

En 1984, la Editorial Oveja Negra lanza a la venta Los tres mosqueteros en su colección de Grandes Aventuras, para el público en español. Es una excelente traducción en español latino, a diferencia de la edición de Editorial Altaya (1993), cuyo español de España alejaba al lector de nuestra América morena.

Vargas Llosa le tenía especial estima. La leía cuando estaba de “imaginaria” en las noches de guardia en el Leoncio Prado. Se abstraía con la lectura y vivía las aventuras de los mosqueteros como si fueran parte de su vida.

Dumas se basó en las memorias de Monsieur D’Artagnan, un capitán al servicio del rey. Cuenta en el prefacio de la novela que se topó con ellas de casualidad mientras estaba investigando sobre el rey Luis XIV.

Este feliz encuentro recuerda otro similar protagonizado por Umberto Eco quien se encontró con El Manuscrito de Adso de Melk que dio origen a su famosa novela histórica El nombre de la rosa (1980).

Javier CercaRueda ha escrito sobre su método de trabajo (de la mano con Augusto Maquet, su negro literario): «Dumas hacía el esquema de acontecimientos de cada capítulo, Maquet se ocupaba de la investigación histórica y de la primera redacción; luego era de nuevo la pluma de Dumas la que dramatizaba, desarrollaba y daba los retoques antes de mandar a impresión. Trabajaban a un ritmo trepidante, pues tenían compromisos con cuatro o cinco periódicos a la vez. Maquet accedió a no figurar como coautor en Los tres mosqueteros, y en 1845, por amistad, cedió a Dumas todos los derechos. Cuando quiso recuperarlos porque se enemistaron, la justicia se los negó y Dumas también. En 1922 sus herederos pudieron cobrar una parte.»

Los tres mosqueteros, Veinte años después y el antes mencionado El vizconde de Bragelonne forman parte de una saga, y junto a El Conde de Montecristo han inmortalizado la figura de Dumas y la arenga de combate de sus mosqueteros: «Uno para todos y todos para uno».


lunes, 8 de septiembre de 2025

SIDDHARTHA

A los veinte años algunos hombres sufrimos muchos desamores. Fue en uno de esos cuando leí Siddhartha, de Herman Hesse. Lo había comprado a los dieciocho, en esas ediciones populares de Oveja Negra, cuyo papel colombiano contrastaba con las ediciones peruanas encuadernadas en papel periódico de mala calidad, pero no pude pasar de las primeras páginas. No era el momento de leerlo, esta vez sí. La señal la había proporcionado un traspié sentimental, y no encontraba cómo darle salida. Me sentía confuso. Ensimismado en mis pesares saqué el libro del anaquel de mi casa, y esta vez, sí, lo entendí. Encontré respuestas para mi joven existencia. Fue como si mi mente se abriera a un nuevo conocimiento. Hesse, hábilmente, había traducido para el lector occidental la sabiduría oriental que él había absorbido en su viaje a Sri Lanka e Indonesia (su madre había nacido en la India). Un compañero de estudios, Yván T., había llevado noticias de Hesse con El Lobo Estepario y la historia de Harry Haller (y con los años yo lo fui de Siddhartha). El libro lo leí mayormente en la entrada de la Facultad de Letras de la universidad, al costado, apoyado en la pared. Me ayudó, Hesse me ayudó en ese tramo existencial de mi juventud. La historia de Siddharta, el príncipe que deja su familia para encontrar la búsqueda de la felicidad, que es la búsqueda en sí mismo de ella, es transversal en la historia del budismo, de los diferentes budismos que hay. No la erudición sino la esencia profunda del ser. La filosofía de Occidente al herido por una flecha le dice de qué tamaño es esta, la madera con que ha sido hecha y hasta qué profundidad ha entrado en la herida; en cambio, la filosofía oriental, encarnada en el budismo, te la saca sin más ni más. Es eminentemente práctica. La salvación está dentro de ti, suprimiendo el apego, el deseo (todo lo contrario de lo que sostiene David Hume), que son los causantes del dolor entre los seres humanos. Recuerdo que mientras pasaba sus páginas entre mis cejas sentía como un latido. Una amiga que sabía de estas cosas me decía que era la glándula pituitaria la que se activa, es decir lo que en el misticismo se denomina el “tercer ojo”, la apertura a niveles superiores de conciencia. Ese “tercer ojo” se bloquea cuando nos enfocamos en la banalidad de la vida; en otras palabras, cuando nos distraemos en el samsara, el mundo de la ilusión terrenal. A diferencia de El Profeta de Kahlil Gibrán que te dice que cuando el amor hace acto de presencia en tu vida lo sigas, aunque te destroce, Siddharta te indica que sublimes ese deseo (eso ocurre en su encuentro con Kamala, una joven que lo encendió). (Al respecto, llama la atención la capacidad de sintetizar la doctrina budista en Borges, en Qué es el budismo, publicado en colaboración con Alicia Jurado en 1976.) Mi absorción en la lectura del libro de Hesse hizo que me sintiera una piedra, un ave, que transmutara en un elemento de la naturaleza. Tal era la magia del libro debido a la buena disposición que tuve para leerlo en ese momento. Con los años leí otros libros sobre budismo, pero ninguno me dio tanto de joven como la aventura de Siddhartha, al lado de Govinda, Kamala y los samanas, en la búsqueda de la verdad.

viernes, 5 de septiembre de 2025

EL LIBRO DEL BUEN SALVAJE

FUE el Dr. Marco Gutiérrez, a la sazón exsecretario académico de Washington Delgado, quien me presentó una mañana del otoño de 1988 a Antonio Cisneros en la llamada “pecera” de la Facultad de Letras de San Marcos. «Antonio te presento a Freddy, es delegado del Tercio». «Mucho gusto», dijo y me extendió la mano e hizo una venia. Cisneros era profesor de Literatura. Tenía fama de ser relajado y de que incluso no iba a dictar clases con regularidad. Eso se lo perdonaban por la aureola de fama que lo rodeaba. Ostentar el Premio Casa de las Américas por esos años no era poca cosa. Cisneros desplegaba un cabello negro ensortijado, vestía sport y por sus fachas parecía un dandy, no como un Valdelomar del siglo pasado, pero sí como para llamar la atención en la bohemia limeña. Ser poeta por esas fechas daba réditos. Fueron por esos años que había sido director de uno de los mejores suplementos culturales que ha existido en Lima, El Caballo RojoY data de esos tiempos la foto donde aparece con Sinesio López, Alberto Flores Galindo y el cineasta Chicho Durant, trotando por las calles de La Habana cuando la revolución cubana tenía el prestigio del que ahora adolece (más bien, está en la bancarrota). Eloy Jáuregui escribió una crónica llena de color y vivacidad cuando el poeta Cisneros partió el 2013. Pero Cisneros también fue cronista. Como muestra de ese talento tenemos El libro del buen salvaje. Crónicas de viaje/Crónicas de viejo (1997). Podemos decir como adelanto que es divertido, festivo y muy sibarita. El título del libro alude al mito del buen salvaje de Rousseau, aquel antecesor primitivo del hombre moderno, incontaminado de los males y perversiones de la civilización occidental y que, en su estado natural, es bondadoso, un dechado de pureza. Este es su libro y Cisneros su profeta. Aquí se puede encontrar su itinerario de viajes. Francia, Japón, Inglaterra, Alemania y Cuba, entre otros países, lo cobijaron, lo auparon con su prosa. Con Ribeyro compartía un vicio: el cigarro. Cisneros era un fumador empedernido como el autor de “Solo para fumadores”. Eso marcaría su destino. Lo cuenta en “El último de los dinosaurios”. Hay dos crónicas casi al final de esta primera parte que destacan. Las dos están signadas por la desilusión y la resignación por una sociedad que no marcha. Se tratan de las crónicas sobre Cuba (“La Perla del Caribe” y “Fidel a la plaza”). Cisneros se suma así a la lista de los escritores e intelectuales desencantados del experimento político en la isla que empezó en 1959. Retratan, ya desde esas fechas, de la falta de pan y comida, los embustes del gobierno con sus marchas de un millón de revolucionarios cuando eran apenas cinco mil. La presencia de la prostitución como en los tiempos de Batista para los turistas que pueden pagarla. Y las dos Cubas, la de los extranjeros y la de los propios habitantes, creándose un apartheid, para los de adentro y para los de afuera. En suma, reproduciendo la cruda realidad que observó García Márquez por los países de la Cortina de Hierro, en su De viaje por los países socialistas (1978), que poco o casi nada citan los adulones del sistema. Pero decíamos al principio que Cisneros era divertido, divertidísimo, con sus recuerdos de viajes. La última crónica sobre su estancia en un hospital francés, y la primera acerca de su estadía en una carceleta de un pueblo, también francés, brindando con sus carceleros que se reían tras contarles cómo había sido abandonado en medio de la nada por su novia mientras se llevaba su coche, son hilarantes. Crónicas de la vida que tienen como protagonista al propio autor, quien utiliza los recursos del periodismo para hacer fácil su lectura al lector que las convoca.

LA IA, EL FUTURO QUE YA ES HOY

HAY que empezar por una certeza que, tarde o temprano, será una realidad: la IA nos va a pasar por encima. La visión de una superinteligenci...