“En Memoria de Susana Rotker” es uno de los más
hermosos artículos de amor que he leído. Publicado ayer por El Comercio de
Lima realmente me sorprendió. En un principio pensé que se trataba de uno de
esos artículos aburridos que escriben ciertos intelectuales sobre la realidad
latinoamericana. Pero no, cuando atisbé en sus primeras líneas entendí que no
se trataba de uno más del género sino de un homenaje del escritor argentino
Tomás Eloy Martínez a su esposa recientemente fallecida. “Era tan hermosa que
uno contenía la respiración”, “Después supe que ella se creía fea y sin
talento”. “Me gustaba su método de trabajo, un día se encerraba desde la tres
de la tarde hasta las tres de la madrugada, luego salía con cincuenta páginas
de prosa fluida”, “yo escribo lentamente, apenas dos páginas diarias de
inferior calidad si las comparo con las de ella”. Recuerdos de ese tipo son recogidos
por la pluma de Eloy Martínez para expresar su agradecimiento hacía la mujer
que hizo posible sus tres últimos libros, rompiendo, escribe, con esa ley de
hierro que desaconseja que las columnas periodísticas tengan que convertirse en un
confesionario, pero lo otro, como él mismo parece reconocer, hubiera sido un
imperdonable acto de ingratitud. A la esposa de Eloy Martínez, para los que no
lo saben, la arrolló un auto un veintisiete de noviembre del 2000, cuando ambos salían de revisar unos borradores en una Biblioteca de Nueva Jersey. Cuenta el
escritor que cuando se aprestaban a cruzar la pista sintió una especie de
viento que se la arrebataba de las manos y luego de la embestida, vio el cuerpo
destrozado y la sonrisa dibujada en el rostro de Susana. Qué fortaleza de
espíritu, pensaba, para no sucumbir y desmoronarse y escribir esas líneas de
homenaje con esa sobriedad que se le ha admirado a Tomás Eloy Martínez en
libros como La Novela de Perón, esa novela del dictador argentino
que tan bien ha revivido en sus páginas. De él se puede decir que admirar su
entereza, su fortaleza para entregar su arte, para agrandarse a su máxima
expresión ante la desgracia, es muy poca cosa. Qué pobres nos hace sentir
cuando cuenta su drama, cuando describe con proyección cinematográfica ese
momento fatídico que lo golpeó. Eloy Martínez conoció a su esposa en una
redacción periodística, cuando estaba en sus planes sacar El diario de Caracas y necesitaba un crítico de cine y la más famosa era Susana Rotker. “Es la mejor”, le dijeron. Y él se enamoró
tímidamente de ella como quien dice “esta mujer es demasiado para mí”. Viajaban
de aquí para allá y eran, cuando se podía, ciudadanos del mundo. Cuenta que tuvieron una hija, que Susana
escribía kilométricamente, que era talentosa, que era inteligente y que era muy
hermosa, tan hermosa que él parecía sentirse el patito feo de la película.
Ahora que no está Susana Rotker, me pregunto, si Tomás Eloy Martínez podrá
escribir novelas prodigiosas como Santa Evita, pieza literaria
magistral que arrancó los elogios de García Márquez (“Esta es la novela que
siempre quise leer”). Finalmente, mientras esto ocurre, no puedo dejar de pensar con
nostalgia en una amiga, que, escapando del país, allá en Hamburgo,
me ha inspirado a escribir estas líneas.
Freddy Molina Casusol
Lima, 15 de enero del 2001
Foto: Vasco Szinetar. Tomada de: www.analitica.com/Bitblio/msocorro/rotker.asp
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