Pocos dudan de que César Hildebrandt sea buen periodista. Lo es sin duda. Pero de lo que hay que dudar es que sea dueño de la verdad. El problema es que se cree un dios, un dios al cual no se le puede discutir su infalibilidad. Decimos esto porque durante semanas los televidentes hemos visto extrañados en su programa narrar sus desavenencias con Cecilia Valenzuela, a quien antes de ser cancelado el programa “Aquí y Ahora”, y con una dureza no exenta de bajeza coronó como miss “Tres por ciento”. Ocurrió que el atrevimiento de la periodista Valenzuela, para ser tildada así, consistió en intentar en su paso por la televisión hacer un programa de corte similar al de Hildebrandt. Por supuesto que éste se sintió ofendido porque su ex-pupila se había sumado a la competencia. Claro, él, con la típica ironía que lo caracteriza, dirá que era imposible que la Valenzuela compitiera con él, que el rating lo favorecía. Rating que lanza por la cabeza de sus enemigos, y con el que se solaza de tiempo en tiempo cual dios o emperador romano que saborea el zumo de las uvas. Pregúntamos: ¿Y desde cuándo el rating es termómetro para medir la calidad de un periodista? ¿Es más la chismosería chabacana de Magaly Medina –como parece dar a entender en los últimos tiempos Hildebrandt– que la seriedad y entereza periodísticas de Cecilia Valenzuela, porque el rating favorecía a la primera? ¿Era menos periodista Guillermo Thorndike porque fracasó en RBC Televisión cuando tuvo un programa político, cancelado poco después de la temporada electoral del 95? ¿Es menos Cecilia Valenzuela que la guapa Maritza Espinoza, quien tenía, antes de dejar el programa “Pecado Original”, un punto más que ella en el rating? No pues, no es así. No siempre tener en el mercado televisivo la mayoría es indicativo de calidad. Sorprende esa distorsión de un periodista que ha trabajado en Europa y conoce lo que es el buen periodismo. Lo que en realidad sucede es que César Hildebrandt utiliza la televisión para ventilar sus odios personales. Son muchas las veces que se le ha visto recurriendo al golpe debajo del ombligo, al faul artero, al “antifutbol” tipo Estudiantes de la Plata de la época de Bilardo. Eso, por ejemplo, sucedió con Alberto Beingolea, quien, por unas buenas noches, decidió desaparecer como comentarista invitado en el segmento deportivo del programa de Hildebrant. ¿Qué pasó allí?. Oído a la música: sucedió que Hildebrandt se excedió una noche, y ante el aviso inocente de Beingolea en el sentido de que no se perdieran los televidentes la entrevista a Juan Carlos Oblitas en el programa “Goles en Acción”, se refirió, delante de él, a “los amigos de Oblitas” que iban a realizar la misma. Golpe bajo. Luego otra noche, sugirió que el acceso de los periodistas del programa de Beingolea a los camerines de la selección peruana en las pasadas eliminatorias, era a cambio de notas complacientes. Por supuesto que eso no se lo permitió Beingolea y aprovechando un comentario que hizo éste sobre el “gol de oro”, lo aplastó tratándolo de “periodista que no sabe nada de fútbol”. Pronto Hildebrandt se dio cuenta de su error y apareció junto a Beingolea admitiendo con humildad su ignorancia en materia futbolística, pero con el rostro de que ese roce se había desencadenado por sus frases harto ofensivas. Lastima que esa sensatez terrenal, de la que él hizo gala en aquella oportunidad, no hiciera su aparición para el caso de Cecilia Valenzuela, periodista notable y valiente, a la que él injustamente ha maltratado en una bronca que él mismo comenzó con ensoberbecidos comentarios acerca del rating. Una pena, porque por ese camino los
televidentes lo bajarán de su espléndido Olimpo y convertirán su rating de dos dígitos, en un humilde y modesto “tres por ciento”, para deleite y beneplácito de los que lo quieren ver reducido a su mínima expresión.
Freddy Molina Casusol
Lima, 16 de julio de 1998
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