miércoles, 18 de julio de 2007

HUGO CHÁVEZ Y UN AMIGO

CADA VEZ que nos encontramos por el messenger –único lugar posible en estos tiempos para encontrarse con las personas– no pierde la oportunidad para hinchar el pecho por el régimen de Hugo Chávez. Yo no me inmuto; por el contrario, me causa gracia lo que dice. Lo curioso del caso es que mi amigo es periodista de un medio independiente. Durante su juventud, en los pasadizos de la universidad en que nos conocimos, publicaba un periodíquito mural muy simpático, subversivo y lujurioso, “El Órgano”. Un día, el director de Comunicación de San Marcos, harto de las barbaridades que allí se reproducían, mandó a uno de sus adeptos para clausurarlo de una forma poco prosaica: arrancándolo de cuajo de la pared donde estaba pegado. De inmediato pensamos que esto era un atentado en contra de la libertad de expresión y nos fuimos en contra del director. Luego de haberse perpetrado la clausura de “El Órgano”, éste siguió apareciendo pero solo un par de números más, pues, para evitar represalias lo mejor era no continuar publicándolo. (Años después, los estudiantes harían ganar a mi amigo y su grupo, “Los salvajes”, unas elecciones en reconocimiento a su gesto de rebeldía). Pasó el tiempo, dejamos la universidad, cada quien comenzó a hacer su vida como podía y no nos vimos más. Con los años me fui enterando que mi amigo se había hecho un exitoso locutor radial y que había viajado por Ecuador y parte de Centroamérica. Bravo por él, pensaba. Un día, cuando ya nada advertía que nos volveríamos a ver, mi amigo y yo nos reencontramos. Él, con la cojera de juventud que nunca lo abandonó, y yo con el mismo rostro de aburrido de siempre. Hablamos de los amigos comunes, de las hazañas del pasado y de las dificultades en los medios donde a él le tocó trabajar. Hasta allí yo creía que mi amigo, a pesar de los avatares y contratiempos sufridos, mantenía en alto los ideales que lo habían caracterizado en sus años mozos. Craso error. El desmentido comenzó una tarde cuando empezamos a hablar de política por Internet. Resultaba que se había convertido en un fiel seguidor de Ollanta Humala. La postergación, la discriminación y el racismo –o el etnocacerismo venido del padre– expresados en el discurso nacionalista de Humala eran ahora parte de él. Traté de comprenderlo. Pero lo que no comprendí fue su actitud a favor de Hugo Chávez. ¿No había el señor Chávez cerrado un medio de comunicación, RCTV, tal como lo había hecho el director de la universidad con “El Organo” de mi amigo? ¿Cuál era la diferencia entre ambos medios? "¿Por qué uno era grande y el otro pequeño?", reía socarronamente. Desde entonces, cada vez que nos encontramos en el ciberespacio tenemos peleas fenomenales. Me acusa de ser un agente de Bush, que el imperialismo me ha lavado el cerebro, que mis ideas son las ideas de la “derecha cavernaria” y que no sabía que se había infiltrado “Rosa María Palacios de Althaus” en nuestras riñas. (La vez pasada, para ver si con eso conseguía asustarme, me llamó “neoliberal”. Cuando le pregunté si había leído a Hayek, von Mises o algún pensador liberal, se limitó a decirme que los “olía” –como si fuera lo mismo oler Tres fuentes, tres partes del marxismo de Lenin que leerlo–). Yo no quiero perder la amistad de mi amigo, pero a veces siento que el espectro de Hugo Chávez se ha apoderado de su espíritu. No me canso de decirle que este es un pobre hombre que para hacerse valer tiene que callar las voces disidentes. Pero mi amigo no entiende, tiene los oídos tapiados a todo lo que mancille la imagen de su líder, quien llevando el culto de la personalidad a extremos comparables con los de la Rusia soviética, ha embadurnado las paredes de Caracas con su rostro y rotulado además los envases de productos de panllevar con su nombre. La última vez que hablamos, a propósito de la infiltración chavista en la zona sur del país, me lanzó un “ay, qué miedo, Chávez en Puno”. Como soy de reflejos rápidos, le respondí: “me parece bien, pero que se quede en la parte más fea del Titicaca (ya saben cuál)”. No me contestó. Imagino que no lo hizo para no maltratar más nuestra amistad. No sé cuánto tiempo continuará así, pero eso me hace recordar que las personas pueden pasar la fantasía como realidad y ser felices. Solo espero que el día que vuelva a la cordura, Venezuela recupere la libertad perdida y él y yo volvamos a ser los amigos que fuimos siempre.

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